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domingo, 25 de junio de 2017

HABLA LA CALLE


SE ME QUEDÓ EL CARTÓN

En Puerto La Cruz el bingo tradicional se mantuvo vigente por mucho tiempo hasta que surgen los modernos Casinos que los desplazaron como atractivo de diversión. Sin embargo se suele encontrar en nuestros barrios y pueblos a grupos de familias y amigos en las puertas de las casas, porches, patios o plazas, agrupados alrededor del personaje que canta las fichas de este juego  tradicional.
Hasta un pasado reciente existieron en nuestra ciudad dos clubes donde aún se hacían aquellos bingos, que en ocasiones se acompañaban con bailes y bebidas; para ese entonces el cartón donde se marcaban las fichas o números eran bien particulares y mucha gente jugaba con cartones fijos que para ese propósito cancelaban una módica suma y prácticamente eran suyos y se los llevaban a sus casas.
Muchísimas historias se han contado alrededor de esta diversión, que por años amenizó la vida de muchos puertocruzanos, como esta que les cuento.
La señora, de aproximadamente 70 años está en la parada, extiende su mano, el bus se detiene, entra y se encuentra en el primer asiento con otra asidua fanática del juego, esta ceñía su cartón con su brazo izquierdo, debajo de la axila, en su brazo  derecho terciaba su cartera, de mediano tamaño. Mientras que nuestro personaje inicial llevaba una cartera más grande que se colocó encima de sus piernas después de sentarse. Las dos contemporáneas se saludan efusivamente y comienzan su conversa:
–¡mijita tu si eres puntual! Son casi las siete
–¡Aay yo si mijita! Allá dejé  suficiente comida hecha para que se jarten
–¡chacha! Esa polla de hoy esta buenísima
–¡si chica! Fuera Dios bueno conmigo y me ganara yo esa polla.
–Ay mi hermana, acuérdate de librarme que yo también, si gano, haré lo mismo ¿oíste mi hermana?
Así transcurría este encuentro mientras el autobús fluía suavemente, con calles y avenidas despejadas de tráfico, aquel día viernes. Cruzó por la calle Sucre dejó varios pasajeros en la parada del Terminal y siguió. Cuando se disponía a cruzar hacia la avenida 5 de Julio se escucho un grito lleno de angustia y ensordecedor
–¡Aayyyyyyy!..¡Noooooooo!..¡Párese señor!..¡Devuélvase señor!
Su compañera – que aún sostenía con su brazo y su axila el cartón preguntó de inmediato –¿qué pasó comay?
El chofer, al escuchar tan doloroso grito pegó un violento frenazo, también angustiado, detiene el vehículo, se levanta del asiento en carrera y le pregunta
–¡Dígame señora! ¿Qué le pasa? ¿Tiene algún dolor? ¿Se siente mal?
–¡ayyyyyyy!..¡Nooooooojoda!- volvió a gritar la mujer y todos los pasajeros se acercaban al asiento, aterrados, confundidos.
–¿pero?.. dígame señora…- repite el chofer y la otra mujer, también angustiada, coloca sus manos en la cara su compañera, ya con lagrimas en los ojos al ver el drama de su comadre y compinche de juego que nuevamente buscaba algo dentro de la cartera
–¡Ayyyyyy! ¡Coño se me quedó el cartón! ¡Coño se me quedo en la casa! ¡El cartón, coño, el cartón! ¡Se me quedó!...¡Coño! Me regreso para mi casa, coño! ¡Adios! Perdonemme toditos ustedes. ¡perdonenme! ¡Adios!

Todos se quedaron mudos mirándose entre sí. La comadre no se movía del asiento y más parecía que había reducido su tamaño. El chofer, cansado y con cara de dolor regreso a su puesto, prendió el autobús y arrancó.   


El Pensil, jardín florido


El Pensil, jardín florido

Siempre hemos escuchado que la historia de El Pensil, populoso sector de nuestra ciudad, tiene su origen con la llegada de las empresas petroleras. Cuentan, los portavoces de esta versión, que una de estas empresas perforó un pozo de agua, ubicado exactamente donde se erige el Hotel Cristina Suites, en la avenida municipal y que la estructura que protegía la bomba – dos horquetas que sostenían un travesaño de palo sano para accionar la cuerda que sostenía un cubo para agua—  movida por el viento, tenía insertada una placa de grandes letras que identificaba a la empresa fabricante, de nombre PENSILVANIA INSTRUMENTS Co., colocadas  a una altura muy visible, se fueron borrando, o se desprendieron algunas. Pasado un tiempo la única palabra que  podía  leerse  sin dificultad era  PENSIL. Este acontecimiento dio motivos a que los pobladores de zonas aledañas, Barrio el Bolsillo, Juan Bimba y otros, cuando se trasladaban a buscar agua al citado lugar expresaban: “Vamos al Pensil a cargar agua”. De ese modo fue como nació, según esta versión, el nombre del populoso sector.
En realidad el nombre de El Pensil existe mucho antes de la llegada de las empresas de petróleo. Ya para finales del siglo XIX y comienzos del XX se conocía de la existencia de conucos en toda la planicie desde el pie de monte hasta los predios de la avenida Municipal, y entre los límites con Guanta hasta Pozuelos. Si nos remontamos un poco más atrás, en el siglo XVIII, en mayo de 1783, cuando llega a Pozuelos el ciudadano Don Luis de Chávez y Mendoza, miembro del Consejo del Rey de España, Oidor y Decano de la Real Audiencia y Cancillería, Alcalde del Crimen y Juez comisionado para estas Provincias, para que efectúe y proceda a la mensura, deslinde y amojonamiento de las tierras que corresponden a los naturales, conforme a la resolución de la Ley Real de Indias.
El día 23 de mayo del citado año, el señor Don Luis de Chávez y Mendoza, en presencia de las autoridades: el Síndico Procurador de la ciudad de Barcelona, un representante de la Real Hacienda, el Protector General de los Indios, un corregidor, un Perito Agrimensor  y un Escribano, así como de pobladores de Pozuelos, hicieron el debido reconocimiento del terreno, y desde la plaza del pueblo colocaron una aguja de marcar y acto seguido colocaron la cuerda de cincuenta varas( 1)  y tomaron el rumbo a los 20 grados, del primer cuadrante, y avanzando por el dicho rumbo, llegando a las 50 cuerdas se halló una hermosa llanada donde estaban ubicados los conucos de la comunidad. En el lugar quedó fijada una cruz en la entrada (Cruz de los Conucos), en la misma orilla del que viene de Cumaná y demás valles de la costa, y mandaron se ponga un mojón de cal y canto para que sea fijo y permanente. Fue allí mismo donde declararon, y asentaron en libros, que tales tierras pertenecen a Su Majestad, y todo lo restante hasta llegar al boquete donde se inicia El Valle de Guanta. Según el informe levantado se exalta la calidad de la tierra, la frondosa arboleda y su vocación para las sementeras de maíz, caña, yuca, raíces, que revelan el común alimento de los indios.
Lógicamente que la llanada a que se refiere el acta levantada, sin duda alguna,  identifica toda la planicie que va desde el piedemonte hasta el mar, entre Pozuelos y Guanta, donde hoy está insertada la refinería de petróleo y varias comunidades.       
Más cercano en el tiempo, conforme a lo visto, leído y registrado, en  la Gaceta Oficial del Estado Anzoátegui N° 621, del 20 de diciembre de 1930, el señor Vicente Lander, ciudadano de esta localidad, ocupaba buena parte de esas tierras, y un 23 de septiembre de 1930 envió una solicitud de compra al General Silverio González, gobernador del Estado Anzoátegui de la época. Expuso el sr. Lander lo siguiente: “En jurisdicción de este municipio Puerto de la Cruz, del distrito Bolívar de este estado, existe una porción de terreno baldío, propio para la agricultura, conocido bajo el nombre de  El Pensil  constante de doce (12) hectáreas, poco más o menos, la cual está limitada por sus cuatro vientos con terrenos también baldíos que se extienden hasta los límites de este municipio con los de Pozuelos y Guanta, ambos de este mismo distrito. La dicha porción de tierra aspiro adquirirla de conformidad con lo dispuesto por la Ley de Tierras Baldías y Ejidos, y en consecuencia la propongo en compra al Ejecutivo Federal ofreciendo pagar el precio de diez bolívares la hectárea, sin perjuicio de satisfacer mayor precio, caso de que así resultare del avalúo que se haga. Al ofrecer el referido precio es porque considero el terreno mencionado como de primera clase, según los términos de la ley. El antedicho terreno propuesto lo he venido ocupando hace más de siete (7) años, con casa, plantaciones, cercas y otras mejoras, y en tal virtud, por no haber otros ocupantes me obligo a dar cumplimiento a lo establecido por la ley de la materia… Suplico a usted se sirva ordenar que se dé el curso debido a esta solicitud. Es justicia que espero en Puerto La Cruz, a los 23 días del mes de setiembre de 1930”.
Conocida la solicitud por el Presidente del Estado Anzoátegui, General Silverio González, este se pronuncia mediante el Decreto N° 15, del 20 de diciembre 1930, dando cuenta que  “se cumplió con la Ley de Tierras Baldías y Ejidos, vigente, y visto que no ha ocurrido oposición en el lapso fijado por el artículo 37 de la ley, Decreta hacer la clasificación y avalúo por medio de peritos, y la mensura y levantamiento del plano topográfico por un  Ingeniero o Agrimensor titular. Para practicar la mensura del terreno se nombró al ingeniero Andrés Hernández Caballero”. El ingeniero Andrés Hernández Caballero no aceptó la designación, y en un decreto posterior de fecha 27 de febrero de 1931, N° 84, el Secretario General del Estado Anzoátegui, señor Francisco Castillo,  nombró al ciudadano Agrimensor, Jesús Ruiz, para que practicara la mensura.  
Este hecho confirma la existencia del nombre El Pensil, proveniente de un lugar lleno de sembradíos, frutales y especies que conforman la gesta alimentaria de los pobladores. Nombre que a decir de los más viejos pobladores se consolida definitivamente en la década de los años cuarenta, cuando las calles del sector eran puro dividive, yaque y cují, casas de bahareque y calles de tierra. Época en que se deslinda el sector Juan Bimba de El Pensil, a partir de la calle Freites.
Aseguran algunos respetables moradores de El Pensil, como es el caso de Víctor Mariño (27-07-1940), que “Hasta los años setenta el agua de ese pozo (ubicado donde actualmente se encuentra el Hotel Cristina Suites)  se conservó cristalina, siempre de buena temperatura y agradable sabor”. También asegura Don Víctor que las casas de El Pensil mostraban en su frente jardines exhibiendo girasoles, gardenias, jazmines, rosas y frutales. Que aún había conucos de auyama, maíz, guayabas, vainitas y chimbombó, y el ponsigué manzana.
En esa década es cuando se instala el puesto de resguardo de la Guardia Nacional. Había otros aljibes: uno en la calle Montes, otro en la calle San Francisco y otro en el cruce de las calles Maneiro y 12 de Octubre. Se instalaron algunas pequeñas fábricas, como es el caso de una de tejas, hacia los lados del grupo escolar José Antonio Sotillo, y una de jabones y velas en la calle Sucre.
Pero la actividad comercial más importante de ese tiempo fue la de los bodegueros que compraban alimentos a los campesinos que bajaban de las montañas y productos secos del mar. Entre ellos se distinguió el señor Félix Arriojas, que tenía un pilón de maíz y compraba cantidades considerables de mercancías. Otros bodegueros, cuyos negocios se conocían por sus nombres: en la calle Sucre, sra. Carmen Tovar, Anastasia Marín en la calle Comando, Ana Ofelia Cruces, en la calle 18 de Octubre, Las Cuatro Puertas en la calle Olivo. Los bodegueros competían con el acto de “la Ñapa y la Granera” para atraer a los muchachos, que eran los que hacían los mandados, que con cada compra acumulaban un grano en un frasco, y cuando tenían 25 granos eran premiados con monedas. El señor Félix Arriojas era el preferido en virtud que él pagaba una locha mientras que los demás bodegueros solo dos centavos.
Este populoso sector albergó un Bar cuyo nombre se hizo muy conocido por la ciudad, hasta los años setenta, el famoso “Dragón Rojo” donde vivía un individuo travesti, conocido como “Toña La Negra” con una preferencia extrema por jóvenes que visitaban aquel negocio.
El Pensil, un lugar que ha mostrado su originalísima cara en muchísimos aspectos de la vida, con gente pujante, de iniciativas propias y que muchos siguen honrando el génesis de su nombre: Jardín Florido.



(1): La vara castellana, una cuerda que servía de medida, con una longitud de 84 centimetros. La cabuya tenía 42 metros.             




sábado, 10 de junio de 2017

HABLA LA CALLE

ESPANTAR LO BUENO DE LOS NIÑOS

Caminando por la calle La Línea de Bella Vista, voy rumbo al Mercado Municipal.  Súbitamente un  automóvil se detiene, a mi lado izquierdo, mientras la mujer que ocupaba el asiento al lado del chofer abre la puerta, con fuerza y mal encarada, en el asiento de atras va una  niña, tal vez de 8 años,  observa con ojitos engrandecidos, enmudecida, los movimientos de su madre.
— ¡Coño… tú lo que traes es pura basura en este bulto!—  dice la madre.
Abre el cierre del bulto plástico, color  rosado, adornados sus lados con estampas de personajes de las comics de la televisión. Lo sacude sobre la zona verde entre la cuneta y la acera. Eran restos de comida, servilletas y envoltorios de golosinas o caramelos.
— Por qué no lo echaste en la papelera de tu salón— agregó
La niña, observando la cara enrojecida de su madre y su ceño fruncido, responde:
— ¡Mami!.. ¿por qué no lo echamos en el pote de basura de la casa?      
— ¡Pero bueno hijita!.. ¿Más basura para la casa?.. ¡Eso es lo que te vas a llevar para la casa—replicó la mujer.
La niña le dio a la madre el envase con agua, que aún  le quedaba una buena porción, suficiente para lavar el bulto.

Retomaron la marcha y la voz altisonante de la madre se escuchó hasta un rato después.   

viernes, 9 de junio de 2017

ENIGMA EN EL CIELO PUERTOCRUZANO

Aquella mañana mostraba una humedad inusitada, y la niebla esparcida sobre la bahía del Puerto de los Pozuelos parecía como el aliento que el mar expelía.
Comenzaba el mes de febrero y los pobladores ya conocían de las mañanas frías que estaban por despedirse; que hacían pesadas las cobijas hasta que el sol se mostraba con fuerza, pasadas las siete de la mañana.
Los hechos fueron transcurriendo en medio de la acostumbrada rutina, hasta que pasadas las diez la plácida mañana fue perturbada por un estruendoso ruido venido desde el cielo y todos al escucharlo  salieron de sus casas, se ubicaron en sus porches y miraban hacia arriba buscando el fenómeno que lo producía. Dejaron sus quehaceres, dejaron la comida, dejaron de vestirse, comenzaron a rezar a grandes voces y pedían perdón a Dios por sus culpas.
El ruido no cesaba y mientras corrían sin saber a dónde, muchos pensaron que seres extraños surcaban el cielo puertocruzano. Nadie entendió qué objeto era aquel que desde el cielo  fuese capaz de generar tan ensordecedor bullicio. Algunos regresaron al interior de sus casas como escondiéndose del posible ataque extraterrestre.
– ¡Fin de mundo!- gritaban. Pablo y José Manuel, dos hermanos dueños de un tren de pesquería, que colocaban una buena cantidad de pescado en el tendal. Al escuchar aquello corrieron por toda la playa, desde Güichere hasta el frente del Hotel El Conformista; allí estaba pasmada y muda, con ojos lagrimosos, doña Isabel Jiménez, propietaria del negocio, y a un lado y atrás de ella se aglomeraron los clientes que atemperaban el recinto.
El indio Jacinto Guanire desde su puesto de vigía en el mirador del cerro Bella Vista salió disparado al ver la nave desplazarse y corrió hasta encontrarse con la multitud.
Carmelita Silva, comerciante de telas, vestidos, zapatos, vajillas y otros artículos, al escuchar la algarabía salió de su casa preguntando qué sucedía y sin darse cuenta, siguiendo la multitud, se encontró en la playa desde la calle La Estación, sin percatarse que olvidó ponerse las enaguas, de modo que al trasluz claramente se apreciaba el color de sus pantaletas.
Pasados unos pocos minutos, buena parte de los casi novecientos habitantes de la incipiente ciudad se aglomeraba en Playa Vieja muy cerca de la capilla;  algunos se colocaron en posición de retaguardia  que le facilitara un fácil retorno a sus casas en caso de que ocurriera algo, precisamente al frente de la que fue vivienda donde atemperó el poeta Tomás Ignacio Pottentini.
Muchos dieron por seguro que la totalidad de los pobladores del Puerto de la Santa Cruz dejaron solas sus casas para ver aquel extraño aparato que rompió con la tranquilidad de aquel poblado. Y en medio de rezos, llantos e interrogantes, otro grupo se concentró en Playa Vieja, al frente de la casa de los Monagas.
Aquella máquina voladora atravesó toda la bahía de Pozuelos en dirección desde el naciente al poniente, y al poco rato los más cercanos a la playa vieron cómo planeó sobre el azul marino, hasta quedar flotando al vaivén del oleaje: era la primera vez que en el Puerto de la Santa Cruz se apreciaba un Avión.
La sorpresa inundó la curiosidad de las personas y la noticia se regó de tal manera que una oleada de  residentes de Pozuelos se vinieron hasta la playa en bestias y otros corriendo, con tal de ver con sus propios ojos lo que se había convertido en un grandioso acontecimiento. Su  impacto se hizo mayor en el momento que desde la playa se observó cómo se abrió la pequeña compuerta y en segundos un hombre asomó su cuerpo y haciendo señales con sus manos gritaba palabras inentendibles.
Transcurrió un buen rato cuando un inmigrante italiano, Don Emilio Luiggi Ceccato, hombre conocedor de muchos instrumentos y maquinarias, habló a todos: —¡tengan calma señores!, es un avión que aterriza en el agua; se conoce como Hidroavión—  
Pronto se aprestaron varios botes para remar hasta la máquina, y conversar con su conductor. Pasado un rato los botes remolcaron  la máquina hasta la casa de Eriberto Aldrey, erigida a la orilla de la playa en donde atravesaba la calle Puerta Brava, hoy denominada calle Monagas,  exactamente en el lugar en que años posteriores funcionaría el Colegio de Monjas Madre Rosa María Molas y hoy se encuentra enclavado el Hotel Rassil.  

Este acontecimiento ocurrido un día de febrero de 1925 nos revela las cualidades de los habitantes de aquella aldea llamada Puerto de la Cruz que nunca imaginaron la ciudad que tenemos hoy.









martes, 5 de enero de 2016

Puerto La Cruz, a pesar de la espada clavada en su pecho

Era el año de 1875, siendo presidente de Venezuela el general Antonio Guzmán Blanco, cuando se presentó ante la nación el primer Censo Nacional. En él aparece  un pequeño caserío denominado Puerto de la Cruz, estructurado como parroquia civil, con 428 habitantes –muy mestizados, al decir de la nota marginal del documento—y las actividades  económicas más importantes eran la pesca artesanal, con una empresa de chinchorros en la playa, y el corte de maderas. Al parecer era la primera vez que Puerto La Cruz aparecía mencionado por un documento oficial.
Antes de ese acontecimiento la antigua provincia de Barcelona había sido elevada, en la constitución de 1864, a la categoría de Estado Federal bajo la denominación de Barcelona y convertirse en una de las veinte entidades autónomas que constituyeron los Estados Unidos de Venezuela.
Llega el año de 1881 y el 24 de agosto Barcelona fue proclamada capital del Estado Bermúdez, creado por la asamblea constituyente reunida en Urica, bajo la presidencia del general Nicolás Rolando, nativo de esta ciudad capital, constituido por la sumatoria de los territorios de  lo que hoy son Anzoátegui, Monagas y Sucre y su división político territorial se estableció por Cantones y Parroquias. Era el caso que el Cantón Barcelona (Gregoriano) estaba constituido por las parroquias San Cristóbal, El Carmen, Pozuelos, Puerto de la Cruz, San Diego, Araguita, Bergantín, Curataquiche, San Bernardino, Caigua y El Pilar.  
Para esta fecha, según el segundo censo realizado, Puerto de la Cruz contaba con 598 habitantes y se estimó que el notable crecimiento fue estimulado por el cultivo del Coco, que para mediados de 1870 comienza su industrialización en la región.
El 4 de febrero de 1895, el general Nicolás Rolando en su condición de Presidente del citado estado Bermúdez, decreta la creación del municipio Puerto La Cruz mediante un Acta de Anexión a la capital del Estado, como un homenaje a la memoria del héroe de Ayacucho. El Acta está firmada por el presidente de Estado, General Nicolás Rolando, Julián Temístocles Maza, Secretario General de Gobierno, el Presidente del Concejo Municipal del Distrito Bolívar Sr. Abrahan Valencia, y un grueso número de ciudadanos de Barcelona y Puerto de la Cruz, dándole legitimidad al acto administrativo realizado. El acta fue certificada por el registrador principal, sr. T.C. Ugueto.
Desde aquella trascendente  decisión de Nicolás Rolando transcurren  49 años hasta  el 6 de enero de 1944, cuando se crea por ley, de la Asamblea Legislativa del Estado Anzoátegui, el Distrito Juan Antonio Sotillo como homenaje al héroe epónimo de la guerra federal. En esa época tenía plena vigencia la Ley Político Territorial de febrero de 1941, que dividía el territorio del Estado en distritos y estos a su vez en municipios. Se nombra a Puerto La Cruz como capital del recién creado Distrito, conformado por la segregación del Distrito Bolívar los municipios Guanta, San Diego, Pozuelos y Puerto La Cruz, que se convirtió en reconocimiento a una entidad territorial que se encaminaba a un crecimiento poblacional superior a los 14 mil habitantes, y entraba en la senda del crecimiento económico, por la presencia de la actividad petrolera consistente en el embarque de crudos en el antiguo Puerto de las Mulas, hoy Puerto de Guaraguao, que comenzó actividades el 4 de diciembre de 1939, a través de un oleoducto construido por la industria, desde el pozo Oficina N° 1, en el Tigre.
Para el próximo 6 de enero de 2016 el ahora Municipio Juan Antonio Sotillo cumplirá 72 años desde aquel 1944 en que se le dio carácter de mayor de edad a la pujante ciudad, con una espada clavada en su pecho, como lo es la refinería que pertenece a la República Bolivariana de Venezuela, en una extensión de tierras que le quita por lo menos un tercio de su territorio, que es la causante principal de la contaminación de nuestra hermosa y deteriorada bahía, cuyo terminal de embarque ahuyenta los grandes cardúmenes de jurel y cabaña, por la arrogante presencia de supertanqueros, que además arrojan cantidades apreciables de basura y tóxicos. ¿Y qué decir de la tan pregonada actividad turística? Y me perdonan la digresión. Unas tierras que otrora fuero albergue de un próspero fundo llamado El Pensil, con sembradíos de frutas, verduras y flores, y que la absoluta falta de visión de nación de un hermano del general Rolando, pasaron a manos de los gringos hasta devenir a manos de la Nación, por la nacionalización de la industria, salvadora y diabólica, a la vez. 
Pero también se cumplen 121 años –tomando la misma fecha referencial—desde aquel 5 de febrero, siempre febrero, cuando Rolando alzó su voz para reconocer en nuestra amada ciudad su visión de futuro , donde él mismo construiría una modesta vivienda frente al mar apacible y generoso de la bahía. Muy cerca de otra vivienda perteneciente a José Gregorio Monagas y sus chinchorros de pesquería.
Son motivos suficientes para que los puertocruzanos nos demos a la tarea de celebrar la adultez de nuestro querido pedacito de cielo, bastante mal querido por personeros que desde las instancias del poder público y privado en vez de darle cariño lo que hacen es manosearla, como diría nuestro cantor mayor.  Pero celebrar sin el protocolo banal e insincero, sin el discurso patriótico que exalta a nuestros primigenios habitantes, pero va con familiares y amigos, visitantes y vecinos, a sentarse en las piernas del pirata conquistador y bajo la cruz apaciguadora, para tomarse unas fotografías y bajarla en las llamadas redes sociales.
Ciento veintiún  años que no son nada, pero como hay tiempo para todo, y por las noticias que corren, motivos suficientes tenemos para exaltar el ejemplo ético del héroe epónimo, Juan Antonio Sotillo, glorioso y olvidado, que nunca obtuvo ventaja material por sus hazañas y cercanía del poder político y militar, y más bien concedió a la educación pública el dinero otorgado por el congreso nacional de aquella época que al rechazarlo expresó: Que otros aprendan con él, que yo con lo que sé, tengo bastante para vivir con todos en este mundo y alcanzar, ¡feliz!, el otro.





martes, 1 de septiembre de 2015

HOTEL POLO NORTE

 
Se puede considerar como el primer hotel de lujo en Puerto La Cruz  y concebido bajo una óptica turística. En realidad surge al calor del movimiento económico generado por el nacimiento del negocio petrolero en la ciudad.
En aquellos años, desde 1934, comienza la gran afluencia de empresarios y técnicos petroleros norteamericanos, así como altos funcionarios del gobierno de Juan Vicente Gómez. Era en este lugar donde se hospedaron los primeros especialistas que dirigieron la construcción de la refinería.
Construido durante la segunda década de los años cuarenta, del siglo pasado, tenía doce habitaciones de lujo, una barra de granito pulido en el bar, que se ubicaba al final dando con el mar, que permitía la visual hacia el norte, con La Borracha y Las Chimanas, el rumor de las olas, y su construcción total en madera, resaltaban las figuras barrocas y arabescos que mostraban el buen gusto de sus propietarios. El plato más solicitado por los comensales habituales de aquel hermoso lugar era una pasta de raviolis en salsa pesto a la genovesa.
Este inmueble, ubicado dentro de la playa del Paseo de la Cruz y el Mar, frente a la esquina con la calle Freites, fue desalojado durante la segunda mitad de los años cincuenta por las autoridades de la época. Algunos testimonian que las razones que justificaron su salida, por parte de las autoridades, se centraron en el argumento de que “afeaba la visual del lugar”.
También se dijo, en alguna oportunidad, que las condiciones sanitarias no eran adecuadas para el disfrute de las personas que se bañaban en la playa, pues se descargaba en las aguas las defecaciones y los orines. El Concejo Municipal del Distrito Sotillo dispuso en el año 1960, la demolición del edificio del hotel debido al estado de ruina inminente que presentaba la construcción.

Y para cumplir con esa disposición, la Cámara Municipal designó al ciudadano Cruz Figuera, quien tuvo que utilizar los servicios de un abogado para que la institución le cancelara la suma acordada, pues pasaron casi dos años desde que le fue otorgado el contrato en referencia.          


miércoles, 5 de agosto de 2015

Puerto La Cruz en Cara y Sello


Con la llegada de las empresas petroleras a Puerto La Cruz  se atraviesan nuevas historias que traen aparejados nuevos paradigmas en el comportamiento de la población. Una refinería enclavada en el corazón de la ciudad, empujando cambios que se suceden  con la llegada de actividades mercantiles relativas  al consumo de alimentos y bebidas, artículos del hogar para la limpieza, detergentes para lavar, cosméticos, papel sanitario y utensilios de uso corriente, como consecuencia de la atracción que significaba una actividad altamente rentable, generadora de una considerable cantidad de empleos relativamente bien remunerados. Es decir: comienza a abrirse paso el consumismo.
Sumado a ello se presenta  el hecho de que algunos de los dueños de las petroleras también lo eran de empresas comercializadoras de bienes de múltiples usos. Tal es el caso del ciudadano norteamericano Nelson Rockefeller, que además de ser propietario y/o accionista copropietario de varias de las factorías, también lo era de las empresas CADA y SEARS ROBUCK. Empresas que durante el decenio de los cincuenta, del siglo pasado, aparecen en la escena puertocruzana.
Y así como entran por vía de la alimentación, o por la necesidad de atender soluciones a diversas situaciones de la vida diaria, como el vestido, comienzan a surgir nuevas palabras, nuevas maneras de decir, nuevos nombres, que a su vez transforman la visión del mundo que concebimos: Ovomaltina, Sopas Maggie, Interiores Jockie, Hojillas Gillete, Colonia Mennen, Jabón de Reuter, Toddy, Crema dental pepsodent y Colgate, Brillantina Palmolive, detergente Fab, Lucky Stryke, Philips Morris, Camel, cafenol, conmel, flit, avena quaker, leche klim, Billcream, Pañales Curyti, Jean Marie Farina, Alka Seltzer, Harina Gold Medal, Mantequilla Brum, Marlboro, Zapatos US Keds, Selecciones del Readers Digest, Chocolates Savoy, Caramelos La Suiza, Fruna, Kool Aid, Patines Winchester, Condones Sultán, Chevrolet, Ford, Good Year, Firestone…
   
Pero antes que la llegada del petróleo, el contrabando siempre fue una actividad que se practicaba desde nuestras etnias originarias hasta el más insignificante mestizo de nuestras costas. Los margariteños siempre se destacaron en estos quehaceres. Y por supuesto que esta actividad creció como crecía el consumo derivado de aquellos nuevos paradigmas. Tanto que nuestro hablar también fue sufriendo mutaciones. Ejemplos sobran de cómo decíamos en el diario hablar: pantalón de caqui y un tiempo después pantalón Ruxton, pantalón de guayacán y ahora  bluyin,  la colcha y ahora la sábana, la cama por el catre, camisón antes y ahora vestido, la cota antes y ahora la blusa, boliche y ahora perinola, chiquichiqui y ahora picazón, remo por canalete, botas por guachicones.
Muy común usar zapatos comprados en la calle Buenos Aires a los Carupaneros o Maqueros. Y un buen día apareció zapatería Spada, y otras más… y otra,  y nuestros zapateros desaparecieron.
Pasaron pocos años y los puertocruzanos comenzamos a ver nuevos negocios, nuevos servicios, que atraían a la población de acuerdo con la circunstancia que se le presentara: quién no alzaba el cuello orgulloso cuando visitaba, acompañado de una muchacha, la Heladería Alaska en la calle Libertad, a comerse una barquilla; o ir a hasta la plaza de Chuparín y deleitarse un Melody´s –donde frecuentaba Sorfany Alfonso—, o caminar hasta El Cubanito y brindar un sanguche submarino. O caminar muy orondo, una noche de domingo, el paseo Colón desde la plaza hasta la intersección con la calle Anzoátegui –que era donde terminaba—y regresarse para después volver, pelearse con los turcos, o los italianos y españoles, por los bancos para sentarse, comerse unas cotufas, o llamar al vendedor de maní tostado; brindar una cotufa elaborada por un italiano… lanzar aquellas críticas a los baisanos porque dejaban montones de desperdicios de semillas de ahuyama y cáscaras de pistacho. Aún son frescas las imágenes de cómo nuestra población se esmeraba en mostrar sus mejoras ropas para ir caminar por el lugar más agradable y emblemático de la ciudad.
Y la vida fue cambiando, claramente, altas velocidades, y las marcas  continuaron expandiendo su cerco: Caramelos La Suiza, PepsiCola, Kolita Dumbo, Grapette, Chicha A-1, Cuaderno Caribe, Fortuna, Viceroy, Lido, Pino Silvestre, Fisher Price, Chocolates Savoy, Lápiz Mongol, Creyones Prismacolor, Guante de Beisbol Wilson, Guante de Beisbol Spalding, Goma de Borrar Eagle, Las Reglas de Madera, Escuadras de Plástico, Libro Silabario, Libro Coquito, Vino Sansón, Vino Sangre de Toro, Zapatos Walkover. Y por fortuna, por legitimidad, aparecían nuestros emblemas locales como: Joyería La Confianza, Pan Sango (creado por nuestros chinos) Quincallería Japonesa: Sakae Watay, Mueblería la Florida (nuestros árabes), Fornos, La Coromoto, La Guaricha, Materiales Díaz, La Marquesina, Pilón Meneses, Pilón de los Romero, Mercado Compensador…etc.
En aquellos tiempos cuando  una familia seleccionaba un padrino y madrina de bautizo, para el último niño nacido en aquel hogar, se acostumbraba enviar invitaciones  para la celebración, con tarjetas en papel cebolla, un texto bien sobrio y una mariquita incrustada en su cuerpo.

Nos queda reflexionar alrededor de estos cambios, su sentido, cuánto hemos perdido o ganado, si es que podemos valorarlos de esa manera. Deberíamos recoger la expresión de José Roberto Duque cuando expreso lo siguiente: Nos separaron del país que estábamos a punto de ser, y empujarnos a la imitación forzosa de un país industrial, urbano y cosmopolita que nunca seremos.