Con la llegada de las
empresas petroleras a Puerto La Cruz se atraviesan nuevas historias que
traen aparejados nuevos paradigmas en el comportamiento de la población. Una
refinería enclavada en el corazón de la ciudad, empujando cambios que se
suceden con la llegada de actividades mercantiles relativas al
consumo de alimentos y bebidas, artículos del hogar para la limpieza,
detergentes para lavar, cosméticos, papel sanitario y utensilios de uso
corriente, como consecuencia de la atracción que significaba una actividad
altamente rentable, generadora de una considerable cantidad de empleos
relativamente bien remunerados. Es decir: comienza a abrirse paso el consumismo.
Sumado a ello se
presenta el hecho de que algunos de los dueños de las petroleras también
lo eran de empresas comercializadoras de bienes de múltiples usos. Tal es el
caso del ciudadano norteamericano Nelson Rockefeller, que además de ser
propietario y/o accionista copropietario de varias de las factorías, también lo
era de las empresas CADA y SEARS ROBUCK. Empresas que durante el decenio de los
cincuenta, del siglo pasado, aparecen en la escena puertocruzana.
Y así como entran por
vía de la alimentación, o por la necesidad de atender soluciones a diversas
situaciones de la vida diaria, como el vestido, comienzan a surgir nuevas
palabras, nuevas maneras de decir, nuevos nombres, que a su vez transforman la
visión del mundo que concebimos: Ovomaltina, Sopas Maggie, Interiores Jockie,
Hojillas Gillete, Colonia Mennen, Jabón de Reuter, Toddy, Crema dental
pepsodent y Colgate, Brillantina Palmolive, detergente Fab, Lucky Stryke,
Philips Morris, Camel, cafenol, conmel, flit, avena quaker, leche klim,
Billcream, Pañales Curyti, Jean Marie Farina, Alka Seltzer, Harina Gold Medal,
Mantequilla Brum, Marlboro, Zapatos US Keds, Selecciones del Readers Digest,
Chocolates Savoy, Caramelos La Suiza, Fruna, Kool Aid, Patines Winchester,
Condones Sultán, Chevrolet, Ford, Good Year, Firestone…
Pero antes que la
llegada del petróleo, el contrabando siempre fue una actividad que se
practicaba desde nuestras etnias originarias hasta el más insignificante
mestizo de nuestras costas. Los margariteños siempre se destacaron en estos
quehaceres. Y por supuesto que esta actividad creció como crecía el consumo
derivado de aquellos nuevos paradigmas. Tanto que nuestro hablar también fue
sufriendo mutaciones. Ejemplos sobran de cómo decíamos en el diario hablar:
pantalón de caqui y un tiempo después pantalón Ruxton, pantalón de guayacán y
ahora bluyin, la colcha y ahora la sábana, la cama por el catre,
camisón antes y ahora vestido, la cota antes y ahora la blusa, boliche y ahora
perinola, chiquichiqui y ahora picazón, remo por canalete, botas por
guachicones.
Muy común usar zapatos
comprados en la calle Buenos Aires a los Carupaneros o Maqueros. Y un buen día
apareció zapatería Spada, y otras más… y otra, y nuestros zapateros
desaparecieron.
Pasaron pocos años y los
puertocruzanos comenzamos a ver nuevos negocios, nuevos servicios, que atraían
a la población de acuerdo con la circunstancia que se le presentara: quién no
alzaba el cuello orgulloso cuando visitaba, acompañado de una muchacha, la
Heladería Alaska en la calle Libertad, a comerse una barquilla; o ir a hasta la
plaza de Chuparín y deleitarse un Melody´s –donde frecuentaba Sorfany Alfonso—,
o caminar hasta El Cubanito y brindar un sanguche submarino. O caminar
muy orondo, una noche de domingo, el paseo Colón desde la plaza hasta la
intersección con la calle Anzoátegui –que era donde terminaba—y regresarse para
después volver, pelearse con los turcos, o los italianos y españoles, por los
bancos para sentarse, comerse unas cotufas, o llamar al vendedor de maní
tostado; brindar una cotufa elaborada por un italiano… lanzar aquellas críticas
a los baisanos porque dejaban montones de desperdicios de
semillas de ahuyama y cáscaras de pistacho. Aún son frescas las imágenes de
cómo nuestra población se esmeraba en mostrar sus mejoras ropas para ir caminar
por el lugar más agradable y emblemático de la ciudad.
Y la vida fue cambiando,
claramente, altas velocidades, y las marcas continuaron expandiendo su
cerco: Caramelos La Suiza, PepsiCola, Kolita Dumbo, Grapette, Chicha A-1,
Cuaderno Caribe, Fortuna, Viceroy, Lido, Pino Silvestre, Fisher Price,
Chocolates Savoy, Lápiz Mongol, Creyones Prismacolor, Guante de Beisbol Wilson,
Guante de Beisbol Spalding, Goma de Borrar Eagle, Las Reglas de Madera,
Escuadras de Plástico, Libro Silabario, Libro Coquito, Vino Sansón, Vino Sangre
de Toro, Zapatos Walkover. Y por fortuna, por legitimidad, aparecían nuestros
emblemas locales como: Joyería La Confianza, Pan Sango (creado por nuestros
chinos) Quincallería Japonesa: Sakae Watay, Mueblería la Florida (nuestros
árabes), Fornos, La Coromoto, La Guaricha, Materiales Díaz, La Marquesina,
Pilón Meneses, Pilón de los Romero, Mercado Compensador…etc.
En aquellos tiempos
cuando una familia seleccionaba un padrino y madrina de bautizo, para el
último niño nacido en aquel hogar, se acostumbraba enviar invitaciones
para la celebración, con tarjetas en papel cebolla, un texto bien sobrio y una
mariquita incrustada en su cuerpo.
Nos queda reflexionar
alrededor de estos cambios, su sentido, cuánto hemos perdido o ganado, si es
que podemos valorarlos de esa manera. Deberíamos recoger la expresión de José
Roberto Duque cuando expreso lo siguiente: Nos separaron del país que
estábamos a punto de ser, y empujarnos a la imitación forzosa de un país
industrial, urbano y cosmopolita que nunca seremos.