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domingo, 29 de diciembre de 2013

Este cuento lo escribí dedicado a esta niña maravillosa y preguntadora como nadie, espíritu noble y corazón de cocuyo. Mi adorada sobrina.
Un regalo de navidad y año nuevo.

Verónica es un Cocuyo

Desde que cumplí diez años se ha multiplicado mi curiosidad. Permanentemente hago preguntas sobre muchísimos asuntos. Mi maestra me dijo que eso era muy propio de mi edad, pero en algunas oportunidades siento la presencia como de una fuerza que se asomara para impulsarme a preguntar sobre temas más inquietantes. De un tiempo para acá pareciera que brillara. A veces, cuando paso, las personas detienen su andar y voltean a observarme como si llevara algo que llama la atención.
Hace un tiempo quise tener una china pero no para lanzarle piedras a los pájaros, o a los matos o a las palomas: tan sólo quería conocer, por mis propias manos, cómo es una china, cuánta fuerza se necesitaba para accionarla y si en vez de piedras le podía lanzar alpiste, maíz o arroz. Pero no sólo quiero saber de chinas, pájaros, matos o palomas.
He soñado varias veces que algún día volaría como ellos. Pero cuando despierto del sueño siento miedo recordando las alturas que alcanzo en mis vuelos, si, mucho miedo, cuando miro hacia abajo y veo las gentes caminando por las calles, o en la escuela.
En una oportunidad, mientras vacacionaba en Cumaná—tenía ocho años— escuché una melodía y quedándome extasiada caminé como un robot hasta donde estaba un anciano de pelo blanco tocando un violín. Me acerqué un poco más y empecé a moverme al compás de la música. Daba brincos diminutos con gran suavidad, contorsionaba con tal delicadeza que todos los curiosos, que se aglomeraban alrededor, me miraban en silencio detallando cada movimiento. Sentí que mi cara se enrojecía y sin darme cuenta entoné una canción infantil muy alegre. Cuando el violín dejó de sonar, los aplausos y las sonrisas se hicieron sentir con algarabía. Algunos adultos dejaban caer monedas y billetes en un sombrero de moriche que reposaba en el piso.  Yo, sorprendida, tomé bastante aire respirando profundo, caminé hasta el anciano que tenía el pecho hinchado de alegría, agradecido, con un brillo en sus ojos, como de un Dios, y sus mejillas tenían el color rojo de las nubes cuando el sol las ilumina por las tardes. Todos se fueron y el anciano se despidió diciéndome, al oído: ¡Tú eres un cocuyo!
Yo acepté aquella expresión del anciano sintiendo la seguridad de la bondad que contenía y en lo adelante necesitaba tener muchas explicaciones sobre los cocuyos. Mis padres tuvieron que buscar en algunas enciclopedias, en la internet, en la biblioteca de la ciudad, mucha información que me ilustrara y me hiciera comprender a los cocuyos. Mi mamá me hizo saber que los cocuyos producen luz en las noches, que se parecen a los escarabajos y abundan en nuestros bosques tropicales. 
Pasaron casi dos años cuando salimos nuevamente de vacaciones escolares. Papá y mamá nos premiaron a mi hermano morocho, y a mí,  con un viaje a la Gran Sabana, en el estado Bolívar, porque fuimos promovidos con muy buenas calificaciones. Durante el largo recorrido Rafael David –que así se llama mi hermano—y yo fuimos desbordados por la curiosidad: era la primera vez que mirábamos aquellas extensas  sabanas de la Mesa de Guanipa. Al pasar por el puente Angostura, contemplamos con admiración al inmenso río Orinoco. Entramos a Ciudad Bolívar y nos fascinamos por su belleza, y al detenernos frente a la piedra del medio puedo asegurar que un anciano de pelo muy blanco me saludaba insistentemente.
Pasamos la noche en un hotel de la ciudad y al día siguiente, muy temprano, continuamos el viaje hasta que llegamos a Santa Elena de Uairén, en un atardecer muy húmedo, con un sol a punto de esconderse en el horizonte. Durante la travesía aprovechamos para hacer muchas fotografías y mirar el mapa de la región. Nos acomodaron en una posada previamente contactada, Rafael David y yo caímos muy cansados en las respectivas camas. Un viaje agotador nos había tocado.
Al siguiente día visitamos lugares y conversamos con los pobladores. Mi hermano y yo hicimos innumerables preguntas a las personas con quien hablábamos. Probé dulces exquisitos hechos por las maravillosas manos de las gentes del lugar. Conocimos muy de cerca a varios niños indígenas, algunos de ellos no hablaban español, y fuimos insistentes en utilizar un traductor para hacer preguntas a un niño piaroa.
Una noche ocurrió algo que se quedó grabado por siempre en mi memoria, y además me hizo comprender tiempo después lo hermoso que es tener tantos amigos y amigas. Eran cerca de las ocho de la noche, mis padres conversaban con la dueña de la posada, Rafael David jugaba ludo con varios niños también vacacionistas, mientras que yo caminaba por el jardín poblado de muchas flores y algunos limoneros. Un poco más distanciada de la casa había una cercha que sostenía una mata de paicurucú –que es el nombre indígena de la parchita—con sus ramas extendidas y cargada de la rica fruta. Caminaba y me acercaba a cada flor, a cada planta, diferenciando cada aroma que despedían. De pronto comenzaron a rodearme muchos cocuyos que bajaban del cielo. Al principio me sentí nerviosa por la sorpresa que aquello me causaba, porque además eran muchísimos. Pero el movimiento de los cocuyos me  causaba mucha gracia y lejos de rechazarlos permitía que se ciñeran a mi cuerpo como si yo fuera una de ellos.  
Pasados unos instantes un violín comenzó a sonar y sin darme cuenta comencé a entonar melodías  que los abuelos cantaban a los niños cuando era hora de dormir. Pasado un rato me vi flotando, suavemente me fui suspendiendo en el espacio, sostenida por los cocuyos y poco a poco ascendiendo más alto. Estaba súper asustada pero a la vez me sentía feliz. Nunca había imaginado lo agradable que era volar. Cuando miré desde lo alto hacia abajo, y ver que mi mamá, mi papá y mi hermano, y todas las personas del pueblo, me gritaban que bajara.  Pero yo estaba feliz allá arriba mirando cómo el pueblo se alumbraba todo con la llegada de más y más cocuyos. Pero de pronto se oyó un ruido como de alas y desde el interior de las nubes salió un anciano de pelo muy blanco y sonriente: era el mismo que un año atrás tocaba el violín en Cumaná.
–¿Quién es usted?—pregunté
 –Soy el Dios de los cocuyos—respondió el anciano
El anciano tenía un traje de muchos colores y en una alforja terciada al hombro estaba el violín. Me tomó por una mano y volamos un rato más para enseñarme el pequeño mundo de los cocuyos, sus alimentos y sus casas metidas entre flores y árboles. Al rato comenzamos a descender, seguidos por una cola inmensa de cocuyos que aquello visto hacia atrás parecía un gran cometa. Antes de llegar hasta la casa, donde era esperada por todos, el anciano se detuvo y me dijo: “los cocuyos no sólo somos Luz, también embellecemos y armonizamos la vida. Y tú eres una de nosotros”.
Cuando llegué, finalmente, todos me abrazaban, todos me hacían preguntas, y yo miraba fijamente el firmamento hasta que los cocuyos desaparecieron. Los demás niños querían que les dijera cómo hice para realizar la hazaña de volar y si yo hablaba con los cocuyos. Algunos me propusieron volver hacerlo al siguiente día. Pero yo había quedado tan impresionada con aquel suceso, que más que responder preguntas de quienes le rodeaban, quería que alguien respondiera todas las que surgían de mi cabeza.
Aquellas vacaciones son inolvidables para mí, repito. Desde entonces cada vez que estoy sola en mi casa, en las noches, me ocurre algo que no se explicar. Yo que he sido tan preguntona y he tenido que pedir a otras personas las respuestas a tantas curiosidades, no consigo alguien que me explique porqué cuando estoy sola en las noches, en mi habitación, una lucecita se va prendiendo en mi frente, y poquito a poquito va creciendo, que la puedo usar como lámpara, y a la vez me produce unas ganas de volar como aquella vez en Santa Elena de Uairén.
¿Alguien me puede responder?

  
 




sábado, 21 de diciembre de 2013

Elogio al Paseo Colón

Elogio al Paseo Colón
1                                                              
Te dedico este canto            
señor de atardeceres
musa en mis quereres,
rostro alegre en manto
azul que amamos tanto
Cuántas veces fui arena
sueño en canto de sirena
carne que atrapa huesos
calcio y salitre tus besos
¡que no brote una pena!
2
Hice caminos en tu orilla                                                              
romances de fuego en ocaso
espumas saltando al paso
mujer de roja mejilla
niña de mirada sencilla.
Ah!.. erizos y caracoles
guardé en gorras y peroles
comidos a prisa y ansia
me quedó aquella fragancia
tu oleaje y tus sabores.
3
En ti disolví mi piel
y aprendí  a nadar
perrito y luego bracear
En tu arena cual papel
escribí ilusiones a granel.
Recorrí mundos mil veces
aventuras de barcos y peces
piloteé Bergantines   destructores
de piratas fuimos captores
en el lugar donde te meces.
4
Estás allí imponente
majestad que forja al puerteño
grande y recorrido pequeño,
uva de playa floreciente
anima mi alma, dulcemente.
Ansío la esquina Mundial
tu mejor sitio coloquial
una fría en el  “Oso Polar”
Divertirme en grande sin parar
Saciarme en tu bulevar
5
Cuando apareció el lastre
con su riqueza acechando
bagres y lisas envenenando
organizaron el desastre
lanzando redes de arrastre.
Hace entrada el indolente
ropaje de mando pestilente
se une al pederasta fino
amenazando tu destino.
¡Resistencia es el camino!






6
Para  apreciarte mejor
abordarte todo sin falta
subí la cuesta más alta
observé allí tu esplendor
abogando futuro mejor
Paseo Colón, ..!mi hermano..!
digo levantando mi mano:
en ti comprendí La Belleza
que concede la naturaleza
para el deleite del ser humano.
..................................

Luis García

 Elogio al Paseo Colón
1                                                              
Te dedico este canto            
señor de atardeceres
musa en mis quereres,
rostro alegre en manto
azul que amamos tanto
Cuántas veces fui arena
sueño en canto de sirena
carne que atrapa huesos
calcio y salitre tus besos
¡que no brote una pena!
2
Hice caminos en tu orilla                                                              
romances de fuego en ocaso
espumas saltando al paso
mujer de roja mejilla
niña de mirada sencilla.
Ah!.. erizos y caracoles
guardé en gorras y peroles
comidos a prisa y ansia
me quedó aquella fragancia
tu oleaje y tus sabores.
3
En ti disolví mi piel
y aprendí  a nadar
perrito y luego bracear
En tu arena cual papel
escribí ilusiones a granel.
Recorrí mundos mil veces
aventuras de barcos y peces
piloteé Bergantines   destructores
de piratas fuimos captores
en el lugar donde te meces.
4
Estás allí imponente
majestad que forja al puerteño
grande y recorrido pequeño,
uva de playa floreciente
anima mi alma, dulcemente.
Ansío la esquina Mundial
tu mejor sitio coloquial
una fría en el  “Oso Polar”
Divertirme en grande sin parar
Saciarme en tu bulevar
5
Cuando apareció el lastre
con su riqueza acechando
bagres y lisas envenenando
organizaron el desastre
lanzando redes de arrastre.
Hace entrada el indolente
ropaje de mando pestilente
se une al pederasta fino
amenazando tu destino.
¡Resistencia es el camino!






6
Para  apreciarte mejor
abordarte todo sin falta
subí la cuesta más alta
observé allí tu esplendor
abogando futuro mejor
Paseo Colón, ..!mi hermano..!
digo levantando mi mano:
en ti comprendí La Belleza
que concede la naturaleza
para el deleite del ser humano.
..................................

Luis García
 Elogio al Paseo Colón
1                                                              
Te dedico este canto            
señor de atardeceres
musa en mis quereres,
rostro alegre en manto
azul que amamos tanto
Cuántas veces fui arena
sueño en canto de sirena
carne que atrapa huesos
calcio y salitre tus besos
¡que no brote una pena!
2
Hice caminos en tu orilla                                                              
romances de fuego en ocaso
espumas saltando al paso
mujer de roja mejilla
niña de mirada sencilla.
Ah!.. erizos y caracoles
guardé en gorras y peroles
comidos a prisa y ansia
me quedó aquella fragancia
tu oleaje y tus sabores.
3
En ti disolví mi piel
y aprendí  a nadar
perrito y luego bracear
En tu arena cual papel
escribí ilusiones a granel.
Recorrí mundos mil veces
aventuras de barcos y peces
piloteé Bergantines   destructores
de piratas fuimos captores
en el lugar donde te meces.
4
Estás allí imponente
majestad que forja al puerteño
grande y recorrido pequeño,
uva de playa floreciente
anima mi alma, dulcemente.
Ansío la esquina Mundial
tu mejor sitio coloquial
una fría en el  “Oso Polar”
Divertirme en grande sin parar
Saciarme en tu bulevar
5
Cuando apareció el lastre
con su riqueza acechando
bagres y lisas envenenando
organizaron el desastre
lanzando redes de arrastre.
Hace entrada el indolente
ropaje de mando pestilente
se une al pederasta fino
amenazando tu destino.
¡Resistencia es el camino!
6
Para  apreciarte mejor
abordarte todo sin falta
subí la cuesta más alta
observé allí tu esplendor
abogando futuro mejor
Paseo Colón, ..!mi hermano..!
digo levantando mi mano:
en ti comprendí La Belleza
que concede la naturaleza
para el deleite del ser humano.
..................................

Luis García

03-03-05

viernes, 13 de diciembre de 2013

Una invasión silenciosa

 Ocurre ante los ojos de todos los puertocruzanos. Muchos de ellos nos tratan con desprecio y humillan cuando entramos a sus establecimientos, exigiendo abrir el bolso, a una dama o caballero, como medida de comprobación que no sustraemos nada del negocio. Pretenden dar vuelto con caramelos y si algún consumidor o consumidora osara pagar con los mismos caramelos, el torrente de ofensas por parte de estos asiáticos es devastador. En una oportunidad presencié una escena como esta, en la zona rural, y debí meterme a defender la señora, que minuciosamente acumuló en un frasco grande de vidrio, todos los caramelos que los regentes del negocio le habían dado con la justificación de “no tenel sencilo”.
Son cuantiosas las cantidades de dinero que manejan. Ya no nos sorprendemos cuando vemos que recién llegados, sin hablar una papa de español, ya poseen un negocio y un lujoso vehículo obtenido con la rapidez del rayo, a diferencia del calvario que debe vivir un venezolano para adquirirlo.
Cuando funcionaban los bingos, verdaderos templos del vicio, allí se podían ver a borbotones. Empedernidos jugadores, fumadores, sin límites. Ya no son aquellos chinos lavanderos y planchadores, de la calle Sucre, o los que confeccionaban el “Pan Sango”. Ahora son potentados que tienen lugares en la ciudad, ilegales, donde desarrollan el espíritu lúdico  que los caracteriza.
Se han convertido en propietarios de inmuebles en puntos estratégicos de la ciudad, desde donde desarrollan los negocios. Valdría la pena investigar si quien compra los inmuebles son personas naturales o jurídicas, y a partir de allí, ver qué ramificaciones tienen, quiénes compran, con otras personas o empresas de este inmenso “sindicato”, por no decir clan, que tienen estos asiáticos. Por añadidura, muestran con toda su arrogancia, que les importa un comino la ciudad, pues, cada local, cada edificio nuevo que aparece en la ciudad, propiedad de estos sujetos, son un monumento a la más horrible de las corrientes arquitectónicas, que tristemente es elaborada por un profesional venezolano que pensó únicamente en el dinero que se ganaría. Por otra parte se evidencia que la autoridad local no tiene un plan regulador de la estética urbana, que debe tener cualquier ciudad decente, especialmente la nuestra de la que muchos se ufanan de su potencial turístico, que serviría al menos para evitar que nuestra patria chica no se convierta en un gran galpón atiborrada de plásticos y derivados, bisutería china, quincallas y aparatos electrónicos chinos.
¿Qué tipo de negocios desarrollan? Pareciera que acordaran el establecimiento que le corresponde a cada uno de ellos: abastos y pequeños mercados, quincallerías y envases plásticos y de aluminio, restaurantes y aparatos y componentes electrónicos y en los últimos años la comercialización de fuegos artificiales; que por cierto los chinos descubrieron la especial atracción de los venezolanos por esta mercancía a la hora de celebrar las fiestas patronales en cada pueblo o ciudad, fiestas de la virgen del Valle, una graduación en un kindergaten o una Universidad pública o privada, o la elección de una reina en un barrio o urbanización.  
Y conocemos, en el caso de los que venden víveres, alimentos y mercancía seca, cómo se comportan a la hora de aprovecharse de los hábitos del venezolano como consumidor: especuladores sin límites, sobornadores de los funcionarios oficiales, que por supuesto buena parte de estos caen en esta práctica, pero que en el fondo es la genuina expresión del desprecio hacia la población por parte de aquellos.    
Es necesario ponerle límites a estos comerciantes. En nuestro Paseo Colón es muy difícil conseguir algún negocio que expenda una buena sopa criolla, de pescado, gallina, res o mondongo, arepas de reina pepiada, cochino, asado negro…etc, comida venezolana pues, pero la cantidad de negocios de comida china (y árabe, que también son otro caso de arrogancia que trataremos en otro artículo) abundan y con precios especulativos.
Investíguese a cuál comerciante chino (y árabe también) le importa la igualdad social y económica, nuestra cultura, nuestro transito al socialismo. Sin mayor rigurosidad podrán comprobar que muchos de esas personas son nuestros adversarios, por decir lo menos. Y cabe preguntarse: ¿Hay algún organismo oficial que investiga esa invasión silenciosa? ¿Quién investiga cómo entran los chinos al país o es que la organización que los respalda es muy poderosa, que más bien como que entran más? ¿Se tiene cuantificado la cantidad que habita en Venezuela?
Nos molesta que las cosas vayan pasando, que estos asiáticos avanzan adueñándose de buena parte de nuestra economía, que nos agreden, y nadie haga algo para darles un parao.

martes, 2 de abril de 2013

Maracapana: Abuela indígena de Puerto La Cruz



Maracapana es el primer nombre con el que se ha denominado el lugar que asienta la hermosa bahía que embellece el rostro de nuestra ciudad. Nombre que da una forma del comienzo surgido de los primeros pobladores. Nombre que dice, nombre que nos ubica en el tiempo y el espacio para proyectarnos en el ánimo de construir una historia de cómo ha devenido desde humilde aldea de aborígenes hasta la ciudad que somos hoy. Nombre que obliga a preguntarnos: ¿quiénes fueron aquellos primeros habitantes del lugar, que les correspondió ser receptores de hombres con vestimenta tan diferente, de un lenguaje inentendible pero accesible, gestualidad mediante, con enormes naves y llegando y apoderándose de la tierra que por siglos habían habitado?      
La primera vez que se hace mención escrita de Maracapana ocurrió cuando aparece un visitante desde las tierras de Sevilla llamado Juan de Castellanos.  Este hombre arriba por estas tierras en 1539, y se detiene primero en Nueva Cádiz (Isla de Cubagua) y seguramente recorrió muchos lugares de la costa oriental de la Venezuela de aquel tiempo. Escribió una obra de mucha importancia para el conocimiento geográfico de la región, el gentilicio de nuestros aborígenes   y de los venidos de la península ibérica que a lo largo del tiempo constituyeron, junto a los pobladores originarios, una nueva nacionalidad. La obra en cuestión lleva por título “Grandes Elegías de Varones Ilustres de Las Indias” y contiene más de cien mil octavillas rimadas donde se mencionan nombres de lugares y personas que son referencia del nuevo mundo que comenzaba a ser conocido.  Su lectura nos coloca en el tiempo de una región dramáticamente impactada en sus costumbres humanas, en sus actividades económicas, dando paso a nuevos paradigmas. A su vez nos compenetra con el impacto del sincrético  encuentro, y que dio pie a una transformación que comenzó a operar tanto en los componentes espirituales  como en las estructuras económicas y sociales de las nuevas naciones que comenzaban a formarse.
Quiero destacar en especial una octavilla que describe claramente nuestra región:
No hallareís ancon ni seno vaco/
De prepotentes pueblos y lugares /
Desde Trinidad a Cariaco/
Ni desde Cumaná hasta Tagares/
Chichiriviche, valle más opaco /
Guantar, Maracapana con sus mares/ 
Y Neverí, Caicarantal, Atamo,/
Provincia cada cual digna de amo. 

Es muy clara la caracterización que hace Castellanos de las muchas ensenadas (Ancon que es Ancón: ensenada pequeña y fondeable) que existen desde Trinidad hasta más allá de Neverí, especialmente entre la punta del cerro  El Morro  y Chichiriviche (Santa Fe)  y que ofrecían a los recién llegados puertos de gran seguridad y calidad.        
Cuando los españoles recorrían la costa oriental entre Cumaná y El Morro de Maracapana (Morro de Lechería), fueron atraídos por aquellos mares que ofrecían puertos naturales de gran calidad y en la medida que van conociendo sus nombres indígenas, entran a formar parte de la toponimia de la región. Es la razón por la que conocemos los nombres de Guantar, Maracapana, Chichiriviche, Paria, Arapo, Araya…etc. En el caso de Maracapana  que fue zona de tránsito para el rescate (intercambio comercial), zona frecuentada por el invasor dedicado al tráfico humano, que por su cercanía de Cubagua fue tierra de entradas esclavistas, también fue atractiva porque sus características geográficas  dadas por los ríos Neverí y Unare, les hacía creer que eran entradas al sur, donde debía encontrarse El Dorado.  
Al centrarnos en la lectura de la octavilla referida, podemos localizar claramente a Santa Fe  y Guanta (Guantar), sin embargo en el caso de Chichiriviche y Maracapana se prestan para una discusión y discrepancia.  Al decir “Chichiriviche, valle más opaco” debe referirse al valle que se forma en el golfo con el rio que desemboca en el mar, llamado por los indígenas Chichiriviche, que Castellanos relaciona el puerto natural de Santa Fe, bautizado así por los frailes dominicos, donde ocurrió un sangriento enfrentamiento entre los habitantes originarios y los traficantes de esclavos que los secuestraban para llevarlos a trabajar a Cubagua en la explotación perlífera.
En 1552 el padre dominico Fray Bartolomé de Las Casas publica su Historia de las Indias, libro de relaciones cronológicas de su llegada en 1502. Dice Las Casas en el capítulo 166 lo siguiente: “Dejada, pues la Margarita, vinieron a Cumaná y Maracapana, que esta de la Margarita 7 el primero y 20 el segundo, leguas. Estos son pueblos que están a la ribera de la mar, y antes del Cumaná entra un golfo, haciendo un gran rincón de 14 leguas dentro de la tierra. Estaba cercado de pueblos de infinita gente  (…) Y porque tenían necesidad de adobar los navíos porque estaban defectuosos para navegar a España tanto camino, y de bastimentos para mayor parte de su viaje, llegaron a un puerto que el Américo dice que era el mejor del mundo (…) Por otra parte, me parece que oí en aquel tiempo que había Hojeda (Alonso de Ojeda) entrado y adobado sus navíos en el puerto y pueblo que nombré Maracapana…      
Se reafirma con Las Casas la existencia de u n lugar denominado Maracapana, ubicado a 20 leguas de Cumaná.
Maracapana fue motivo de disputa entre los invasores españoles. Jerónimo de Ortal logró que la corona lo nombre gobernador de Paria en 1534 y solicita que su jurisdicción se extendiese  hasta Maracapana, creando un conflicto con los intereses de Nueva Cádiz de Cubagua que desde 1532 poseían la costa desde el golfo de Cariaco hasta  Maracapana, con ocho leguas de tierra adentro. Jerónimo de Ortal, ambición de por medio, avanzó más allá de lo que le permitía la real cédula, y llega al Morro de Maracapana. Funda a mediados de junio de 1535 el pueblo de San Miguel de Neverí  en un lugar dominado por los Cumanagotos, cercano a Naricual. Del lado izquierdo del margen del Neverí se asentaban los indios Tagare, y hacia la zona montañosa los indios Core. Esto nos aclara la idea de hacer entender como la zona entre el Morro y el margen inferior del Neverí, se iban configurando como una zona de tránsito y de esporádica ocupación por los españoles.
Pasado unos meses, San Miguel de Neverí ya se había convertido en el asiento de operaciones de Ortal, con el objeto de incursionar hacia el legendario Dorado. Comenzando el siguiente año llega a Maracapana un contingente de sesenta hombres y venticuatro caballos al mando de Rodrigo Hernando Vega, enviado por Antonio Sedeño, gobernador de Trinidad, que pretendía incursionar la zona en búsqueda del preciado Dorado. Estos hombres se instalan en una ranchería del Morro de Maracapana que estaba al mando del jefe Cumanagoto Guaracapa. En ese año de 1536 es Vega quien funda el fortín en ese lugar que siguió siendo la referencia para la entrada española.
Hay suficientes evidencias documentales de los desmanes que la rivalidad de Sedeño y Ortal dejaron en la población indígena, y en este caso quisiéramos mostrar desde Castellanos, en el  Canto Sesto de sus Grandes Elegías..,  donde se da cuenta cómo la gente de Sedeño, después que se metió tierra adentro, dieron con la gente de Jerónimo de Ortal y les quitaron los caballos.  Las narraciones en cuanto a lugares y acontecimientos son de tal precisión que no deja lugar a dudas: al decir que Maracapana se hallaba en el cerro circunstante, pueblo de la Cacica Magdalena, y como sabemos que es el mismo Morro de Barcelona, donde se erigió el llamado Fortín de la Magdalena, no nos cabe la menor duda de que el asiento de Maracapana se situaba entre Lecherías y Pozuelos. Contiguos estaban los pueblos de Guantar y Pertigalete o Portugalete.
 Escribe Juan de Castellanos lo siguiente:


El Sedeño mandó segunda gente
Caballos, munición y artillería
Con un soldado viejo muy valiente
Que Rodrigo Vega se decía
A quien yo conocí  medianamente
Pues que tuve su misma compañía
Desembarcaron en Maracapana
Que es en la misma costa comarcana.

Aquí  relata cómo la gente de Sedeño desembarca en Maracapana, ubicada en la costa de la comarca que es Cubagua:

Recogidos en esta pertenencia
 De Guacarapa, indio muy ladino
 Velaron con alguna diligencia
 Por tener al Ortal ya por vecino
 Mas no con el recato ni decencia
Que para su seguro les convino
 Porque nunca se hace buena vela
 Si sobre ella no anda quien le duela.

Pues Agustín Delgado, que despierto
En sus rondas y velas se hallaba
A los vecinos indios deste puerto
 Particularidades preguntaba
Del orden que tenían y concierto
Del número de gente que llegaba
Las armas de que estaban prevenidos
 Dónde y en cuantas partes repartidos.

La gente pues de Ortal bien informada
Por relación que pareció bastante
determinó de dalles alborada
Sin ponérseles cosa por delante
Caminaron con noche sosegada
Hasta llegar al cerro circunstante
Pueblo de la Cacica Magdalena
Cuya paz y amistad siempre fue buena.     


Bastante clara de cómo ilustran estas tres octavillas a Maracapana como epicentro del conflicto entre los jefes de la conquista.
Al desaparecer San Miguel de Neverí a los pocos meses –producto de la confrontación de los dos gobernadores—Maracapana se convierte en el campamento por excelencia de los colonizadores.  A la confrontación de los dos personajes mencionados se agregan los perleros de Cubagua que se manifiestan por la incursión tierra adentro en la búsqueda de la Guayana, tierra mítica, rica en oro, que abandonaban la isla a causa del agotamiento de los bancos de perlas. Estos instalan un asentamiento español en Maracapana a partir de los finales de 1538, que servía de base  de operaciones de rescate y sometimiento esclavista.
En el libro “La Formación del Oriente Venezolano”, Pablo Ojer, S.J., afirma  que “Desde 1519 (…) la costa norte del oriente Venezolano está ya fundamentalmente diferenciada en las siguientes provincias, partiendo de la península de Paria hacia occidente: Maracapana, Cariaco, Chiriviche o Santa Fe, y una segunda Maracapana, la que nos interesa, la cual se describe (hasta el rio Unari) (1). Esta última en el momento que historiamos tiene ya una localización más precisa, limitada aproximadamente al sector de costa donde actualmente tienen su asiento: Guanta, Pertigalete, Puerto La Cruz, Pozuelos y Lecherías. Más a occidente, y siguiendo a la anterior, reconocen con personalidad propia la provincia de Neverí, donde se halla la actual Barcelona. Entre ese río y el Unare nombran tres provincias principales: Cumanagotos, Chacopatas y Píritus.”  Es total la diferencia en la fijación de dos zonas que están claramente establecidas como lo son Neverí y Maracapana.
Otro que hace mención de la zona es  Girolamo Benzoni, cronista de origen italiano, que viajó por estas costas en 1550, se refiere a que después de su llegada a Cubagua ______
(1)      Es la Macarapana de hoy (En Carúpano), originada de una aliteración muy común en documentos antiguos.
 “…arribó con dos bergantines el gobernador de Margarita Pedro de Herrera, quien  con treinta españoles intentaba pasar a tierra firme para hacerse de un buen lote de esclavos. Una mañana partimos en la compañía de Jerónimo de Ortal y entramos por el río de Cumaná donde había una fortaleza construida de madera (…) Poco después el gobernador se alejo de Cumaná con toda su gente, y costeando al Oeste, fuese a Maracapana, pueblo establecido de unas cuarenta casas donde residían cuatrocientos españoles que anualmente elegían a su capitán. (…) Mientras permanecíamos en Maracapana llegó el capitán Pedro de Cálice con más de cuatro mil esclavos y aún era mucho mayor el número capturado, pero fallecieron algunos por falta de provisiones y por los trabajos y fatigas del viaje, y el dolor de abandonar sus tierras y familiares. Los españoles solían enterrar sus espadas en el costado o el pecho de los esclavos que no podían caminar, temiendo que si los dejaban atrás, luego les hicieran la guerra. Era verdaderamente horrible ver como trataban a aquellas criaturas desnudas, cansadas, débiles y exhautas por el hambre, enfermas y desesperadas. Completamente atadas con cuerdas o cadenas de hierro que envolvían sus cuellos. No quedaba una sola doncella sin ser violada por los españoles, y eran tan indulgentes en sus vicios, que arruinaban su propia salud”.
Son impresionantes las descripciones que hace Girolamo Benzoni no sólo de los lugares, sino también de sus habitantes en cuanto a costumbres y vestimenta. Es de altísimo valor en lo que se refiere a Maracapana como centro poblado por cuarenta casas y de residentes en cantidad de cuatrocientos, y el que llegue el capitán Pedro de Cálice con más de cuatro mil esclavos, nos dice que la zona era como centro de acopio de esclavos antes de ser llevados a Cubagua. Y en cuanto a sus habitantes dice lo siguiente: “…El capitán Cálice se había internado unas siete mil millas por aquel país que yo encontré casi despoblado, pese al gran número de habitantes que tenía al llegar los primeros españoles.”  No queda lugar a dudas que Maracapana debe guardar en el interior de sus arenales, sus albuferas y sabanas gran cantidad de huesos de nuestros ancestros originarios.
A la pregunta de rigor sobre la ubicación de Maracapana y su respuesta también nos encontramos con el geógrafo Marco Aurelio Vila en su obra  “La Venezuela que conoció Juan de Castellanos” y que  surge del hecho que Jerónimo de Ortal la convierte en su lugar de operaciones –como dijimos anteriormente—hallándose a dos leguas de San Miguel de Neverí, a orillas del río Neverí,  y de acuerdo con esto se sitúa Maracapana donde hoy se halla Puerto La Cruz, al oeste de Santa Fe.  
Aclara Vila que existió otro lugar con la misma denominación de Maracapana, pero referida a una corriente de agua que desembocaba en el mar tocando a Carúpano, que pasó a denominarse con el tiempo como Macarapana. Pero advierte el autor que la única Maracapana que sirvió de límite a la jurisdicción territorial de Paria, es la referida por Jerónimo de Ortal, que es la misma donde terminaba la Provincia de Venezuela cedida a los Welser por parte de la monarquía española en la persona de Carlos I en 1528. La capital de esa provincia de Venezuela era Coro, y tenía por límites por el oeste al cabo de la Vela y por el este el lugar de Maracapana, que a partir de allí se daba inicio la provincia de Paria que llegaba hasta la desembocadura del río Marañón.