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domingo, 25 de junio de 2017

HABLA LA CALLE


SE ME QUEDÓ EL CARTÓN

En Puerto La Cruz el bingo tradicional se mantuvo vigente por mucho tiempo hasta que surgen los modernos Casinos que los desplazaron como atractivo de diversión. Sin embargo se suele encontrar en nuestros barrios y pueblos a grupos de familias y amigos en las puertas de las casas, porches, patios o plazas, agrupados alrededor del personaje que canta las fichas de este juego  tradicional.
Hasta un pasado reciente existieron en nuestra ciudad dos clubes donde aún se hacían aquellos bingos, que en ocasiones se acompañaban con bailes y bebidas; para ese entonces el cartón donde se marcaban las fichas o números eran bien particulares y mucha gente jugaba con cartones fijos que para ese propósito cancelaban una módica suma y prácticamente eran suyos y se los llevaban a sus casas.
Muchísimas historias se han contado alrededor de esta diversión, que por años amenizó la vida de muchos puertocruzanos, como esta que les cuento.
La señora, de aproximadamente 70 años está en la parada, extiende su mano, el bus se detiene, entra y se encuentra en el primer asiento con otra asidua fanática del juego, esta ceñía su cartón con su brazo izquierdo, debajo de la axila, en su brazo  derecho terciaba su cartera, de mediano tamaño. Mientras que nuestro personaje inicial llevaba una cartera más grande que se colocó encima de sus piernas después de sentarse. Las dos contemporáneas se saludan efusivamente y comienzan su conversa:
–¡mijita tu si eres puntual! Son casi las siete
–¡Aay yo si mijita! Allá dejé  suficiente comida hecha para que se jarten
–¡chacha! Esa polla de hoy esta buenísima
–¡si chica! Fuera Dios bueno conmigo y me ganara yo esa polla.
–Ay mi hermana, acuérdate de librarme que yo también, si gano, haré lo mismo ¿oíste mi hermana?
Así transcurría este encuentro mientras el autobús fluía suavemente, con calles y avenidas despejadas de tráfico, aquel día viernes. Cruzó por la calle Sucre dejó varios pasajeros en la parada del Terminal y siguió. Cuando se disponía a cruzar hacia la avenida 5 de Julio se escucho un grito lleno de angustia y ensordecedor
–¡Aayyyyyyy!..¡Noooooooo!..¡Párese señor!..¡Devuélvase señor!
Su compañera – que aún sostenía con su brazo y su axila el cartón preguntó de inmediato –¿qué pasó comay?
El chofer, al escuchar tan doloroso grito pegó un violento frenazo, también angustiado, detiene el vehículo, se levanta del asiento en carrera y le pregunta
–¡Dígame señora! ¿Qué le pasa? ¿Tiene algún dolor? ¿Se siente mal?
–¡ayyyyyyy!..¡Nooooooojoda!- volvió a gritar la mujer y todos los pasajeros se acercaban al asiento, aterrados, confundidos.
–¿pero?.. dígame señora…- repite el chofer y la otra mujer, también angustiada, coloca sus manos en la cara su compañera, ya con lagrimas en los ojos al ver el drama de su comadre y compinche de juego que nuevamente buscaba algo dentro de la cartera
–¡Ayyyyyy! ¡Coño se me quedó el cartón! ¡Coño se me quedo en la casa! ¡El cartón, coño, el cartón! ¡Se me quedó!...¡Coño! Me regreso para mi casa, coño! ¡Adios! Perdonemme toditos ustedes. ¡perdonenme! ¡Adios!

Todos se quedaron mudos mirándose entre sí. La comadre no se movía del asiento y más parecía que había reducido su tamaño. El chofer, cansado y con cara de dolor regreso a su puesto, prendió el autobús y arrancó.   


El Pensil, jardín florido


El Pensil, jardín florido

Siempre hemos escuchado que la historia de El Pensil, populoso sector de nuestra ciudad, tiene su origen con la llegada de las empresas petroleras. Cuentan, los portavoces de esta versión, que una de estas empresas perforó un pozo de agua, ubicado exactamente donde se erige el Hotel Cristina Suites, en la avenida municipal y que la estructura que protegía la bomba – dos horquetas que sostenían un travesaño de palo sano para accionar la cuerda que sostenía un cubo para agua—  movida por el viento, tenía insertada una placa de grandes letras que identificaba a la empresa fabricante, de nombre PENSILVANIA INSTRUMENTS Co., colocadas  a una altura muy visible, se fueron borrando, o se desprendieron algunas. Pasado un tiempo la única palabra que  podía  leerse  sin dificultad era  PENSIL. Este acontecimiento dio motivos a que los pobladores de zonas aledañas, Barrio el Bolsillo, Juan Bimba y otros, cuando se trasladaban a buscar agua al citado lugar expresaban: “Vamos al Pensil a cargar agua”. De ese modo fue como nació, según esta versión, el nombre del populoso sector.
En realidad el nombre de El Pensil existe mucho antes de la llegada de las empresas de petróleo. Ya para finales del siglo XIX y comienzos del XX se conocía de la existencia de conucos en toda la planicie desde el pie de monte hasta los predios de la avenida Municipal, y entre los límites con Guanta hasta Pozuelos. Si nos remontamos un poco más atrás, en el siglo XVIII, en mayo de 1783, cuando llega a Pozuelos el ciudadano Don Luis de Chávez y Mendoza, miembro del Consejo del Rey de España, Oidor y Decano de la Real Audiencia y Cancillería, Alcalde del Crimen y Juez comisionado para estas Provincias, para que efectúe y proceda a la mensura, deslinde y amojonamiento de las tierras que corresponden a los naturales, conforme a la resolución de la Ley Real de Indias.
El día 23 de mayo del citado año, el señor Don Luis de Chávez y Mendoza, en presencia de las autoridades: el Síndico Procurador de la ciudad de Barcelona, un representante de la Real Hacienda, el Protector General de los Indios, un corregidor, un Perito Agrimensor  y un Escribano, así como de pobladores de Pozuelos, hicieron el debido reconocimiento del terreno, y desde la plaza del pueblo colocaron una aguja de marcar y acto seguido colocaron la cuerda de cincuenta varas( 1)  y tomaron el rumbo a los 20 grados, del primer cuadrante, y avanzando por el dicho rumbo, llegando a las 50 cuerdas se halló una hermosa llanada donde estaban ubicados los conucos de la comunidad. En el lugar quedó fijada una cruz en la entrada (Cruz de los Conucos), en la misma orilla del que viene de Cumaná y demás valles de la costa, y mandaron se ponga un mojón de cal y canto para que sea fijo y permanente. Fue allí mismo donde declararon, y asentaron en libros, que tales tierras pertenecen a Su Majestad, y todo lo restante hasta llegar al boquete donde se inicia El Valle de Guanta. Según el informe levantado se exalta la calidad de la tierra, la frondosa arboleda y su vocación para las sementeras de maíz, caña, yuca, raíces, que revelan el común alimento de los indios.
Lógicamente que la llanada a que se refiere el acta levantada, sin duda alguna,  identifica toda la planicie que va desde el piedemonte hasta el mar, entre Pozuelos y Guanta, donde hoy está insertada la refinería de petróleo y varias comunidades.       
Más cercano en el tiempo, conforme a lo visto, leído y registrado, en  la Gaceta Oficial del Estado Anzoátegui N° 621, del 20 de diciembre de 1930, el señor Vicente Lander, ciudadano de esta localidad, ocupaba buena parte de esas tierras, y un 23 de septiembre de 1930 envió una solicitud de compra al General Silverio González, gobernador del Estado Anzoátegui de la época. Expuso el sr. Lander lo siguiente: “En jurisdicción de este municipio Puerto de la Cruz, del distrito Bolívar de este estado, existe una porción de terreno baldío, propio para la agricultura, conocido bajo el nombre de  El Pensil  constante de doce (12) hectáreas, poco más o menos, la cual está limitada por sus cuatro vientos con terrenos también baldíos que se extienden hasta los límites de este municipio con los de Pozuelos y Guanta, ambos de este mismo distrito. La dicha porción de tierra aspiro adquirirla de conformidad con lo dispuesto por la Ley de Tierras Baldías y Ejidos, y en consecuencia la propongo en compra al Ejecutivo Federal ofreciendo pagar el precio de diez bolívares la hectárea, sin perjuicio de satisfacer mayor precio, caso de que así resultare del avalúo que se haga. Al ofrecer el referido precio es porque considero el terreno mencionado como de primera clase, según los términos de la ley. El antedicho terreno propuesto lo he venido ocupando hace más de siete (7) años, con casa, plantaciones, cercas y otras mejoras, y en tal virtud, por no haber otros ocupantes me obligo a dar cumplimiento a lo establecido por la ley de la materia… Suplico a usted se sirva ordenar que se dé el curso debido a esta solicitud. Es justicia que espero en Puerto La Cruz, a los 23 días del mes de setiembre de 1930”.
Conocida la solicitud por el Presidente del Estado Anzoátegui, General Silverio González, este se pronuncia mediante el Decreto N° 15, del 20 de diciembre 1930, dando cuenta que  “se cumplió con la Ley de Tierras Baldías y Ejidos, vigente, y visto que no ha ocurrido oposición en el lapso fijado por el artículo 37 de la ley, Decreta hacer la clasificación y avalúo por medio de peritos, y la mensura y levantamiento del plano topográfico por un  Ingeniero o Agrimensor titular. Para practicar la mensura del terreno se nombró al ingeniero Andrés Hernández Caballero”. El ingeniero Andrés Hernández Caballero no aceptó la designación, y en un decreto posterior de fecha 27 de febrero de 1931, N° 84, el Secretario General del Estado Anzoátegui, señor Francisco Castillo,  nombró al ciudadano Agrimensor, Jesús Ruiz, para que practicara la mensura.  
Este hecho confirma la existencia del nombre El Pensil, proveniente de un lugar lleno de sembradíos, frutales y especies que conforman la gesta alimentaria de los pobladores. Nombre que a decir de los más viejos pobladores se consolida definitivamente en la década de los años cuarenta, cuando las calles del sector eran puro dividive, yaque y cují, casas de bahareque y calles de tierra. Época en que se deslinda el sector Juan Bimba de El Pensil, a partir de la calle Freites.
Aseguran algunos respetables moradores de El Pensil, como es el caso de Víctor Mariño (27-07-1940), que “Hasta los años setenta el agua de ese pozo (ubicado donde actualmente se encuentra el Hotel Cristina Suites)  se conservó cristalina, siempre de buena temperatura y agradable sabor”. También asegura Don Víctor que las casas de El Pensil mostraban en su frente jardines exhibiendo girasoles, gardenias, jazmines, rosas y frutales. Que aún había conucos de auyama, maíz, guayabas, vainitas y chimbombó, y el ponsigué manzana.
En esa década es cuando se instala el puesto de resguardo de la Guardia Nacional. Había otros aljibes: uno en la calle Montes, otro en la calle San Francisco y otro en el cruce de las calles Maneiro y 12 de Octubre. Se instalaron algunas pequeñas fábricas, como es el caso de una de tejas, hacia los lados del grupo escolar José Antonio Sotillo, y una de jabones y velas en la calle Sucre.
Pero la actividad comercial más importante de ese tiempo fue la de los bodegueros que compraban alimentos a los campesinos que bajaban de las montañas y productos secos del mar. Entre ellos se distinguió el señor Félix Arriojas, que tenía un pilón de maíz y compraba cantidades considerables de mercancías. Otros bodegueros, cuyos negocios se conocían por sus nombres: en la calle Sucre, sra. Carmen Tovar, Anastasia Marín en la calle Comando, Ana Ofelia Cruces, en la calle 18 de Octubre, Las Cuatro Puertas en la calle Olivo. Los bodegueros competían con el acto de “la Ñapa y la Granera” para atraer a los muchachos, que eran los que hacían los mandados, que con cada compra acumulaban un grano en un frasco, y cuando tenían 25 granos eran premiados con monedas. El señor Félix Arriojas era el preferido en virtud que él pagaba una locha mientras que los demás bodegueros solo dos centavos.
Este populoso sector albergó un Bar cuyo nombre se hizo muy conocido por la ciudad, hasta los años setenta, el famoso “Dragón Rojo” donde vivía un individuo travesti, conocido como “Toña La Negra” con una preferencia extrema por jóvenes que visitaban aquel negocio.
El Pensil, un lugar que ha mostrado su originalísima cara en muchísimos aspectos de la vida, con gente pujante, de iniciativas propias y que muchos siguen honrando el génesis de su nombre: Jardín Florido.



(1): La vara castellana, una cuerda que servía de medida, con una longitud de 84 centimetros. La cabuya tenía 42 metros.             




sábado, 10 de junio de 2017

HABLA LA CALLE

ESPANTAR LO BUENO DE LOS NIÑOS

Caminando por la calle La Línea de Bella Vista, voy rumbo al Mercado Municipal.  Súbitamente un  automóvil se detiene, a mi lado izquierdo, mientras la mujer que ocupaba el asiento al lado del chofer abre la puerta, con fuerza y mal encarada, en el asiento de atras va una  niña, tal vez de 8 años,  observa con ojitos engrandecidos, enmudecida, los movimientos de su madre.
— ¡Coño… tú lo que traes es pura basura en este bulto!—  dice la madre.
Abre el cierre del bulto plástico, color  rosado, adornados sus lados con estampas de personajes de las comics de la televisión. Lo sacude sobre la zona verde entre la cuneta y la acera. Eran restos de comida, servilletas y envoltorios de golosinas o caramelos.
— Por qué no lo echaste en la papelera de tu salón— agregó
La niña, observando la cara enrojecida de su madre y su ceño fruncido, responde:
— ¡Mami!.. ¿por qué no lo echamos en el pote de basura de la casa?      
— ¡Pero bueno hijita!.. ¿Más basura para la casa?.. ¡Eso es lo que te vas a llevar para la casa—replicó la mujer.
La niña le dio a la madre el envase con agua, que aún  le quedaba una buena porción, suficiente para lavar el bulto.

Retomaron la marcha y la voz altisonante de la madre se escuchó hasta un rato después.   

viernes, 9 de junio de 2017

ENIGMA EN EL CIELO PUERTOCRUZANO

Aquella mañana mostraba una humedad inusitada, y la niebla esparcida sobre la bahía del Puerto de los Pozuelos parecía como el aliento que el mar expelía.
Comenzaba el mes de febrero y los pobladores ya conocían de las mañanas frías que estaban por despedirse; que hacían pesadas las cobijas hasta que el sol se mostraba con fuerza, pasadas las siete de la mañana.
Los hechos fueron transcurriendo en medio de la acostumbrada rutina, hasta que pasadas las diez la plácida mañana fue perturbada por un estruendoso ruido venido desde el cielo y todos al escucharlo  salieron de sus casas, se ubicaron en sus porches y miraban hacia arriba buscando el fenómeno que lo producía. Dejaron sus quehaceres, dejaron la comida, dejaron de vestirse, comenzaron a rezar a grandes voces y pedían perdón a Dios por sus culpas.
El ruido no cesaba y mientras corrían sin saber a dónde, muchos pensaron que seres extraños surcaban el cielo puertocruzano. Nadie entendió qué objeto era aquel que desde el cielo  fuese capaz de generar tan ensordecedor bullicio. Algunos regresaron al interior de sus casas como escondiéndose del posible ataque extraterrestre.
– ¡Fin de mundo!- gritaban. Pablo y José Manuel, dos hermanos dueños de un tren de pesquería, que colocaban una buena cantidad de pescado en el tendal. Al escuchar aquello corrieron por toda la playa, desde Güichere hasta el frente del Hotel El Conformista; allí estaba pasmada y muda, con ojos lagrimosos, doña Isabel Jiménez, propietaria del negocio, y a un lado y atrás de ella se aglomeraron los clientes que atemperaban el recinto.
El indio Jacinto Guanire desde su puesto de vigía en el mirador del cerro Bella Vista salió disparado al ver la nave desplazarse y corrió hasta encontrarse con la multitud.
Carmelita Silva, comerciante de telas, vestidos, zapatos, vajillas y otros artículos, al escuchar la algarabía salió de su casa preguntando qué sucedía y sin darse cuenta, siguiendo la multitud, se encontró en la playa desde la calle La Estación, sin percatarse que olvidó ponerse las enaguas, de modo que al trasluz claramente se apreciaba el color de sus pantaletas.
Pasados unos pocos minutos, buena parte de los casi novecientos habitantes de la incipiente ciudad se aglomeraba en Playa Vieja muy cerca de la capilla;  algunos se colocaron en posición de retaguardia  que le facilitara un fácil retorno a sus casas en caso de que ocurriera algo, precisamente al frente de la que fue vivienda donde atemperó el poeta Tomás Ignacio Pottentini.
Muchos dieron por seguro que la totalidad de los pobladores del Puerto de la Santa Cruz dejaron solas sus casas para ver aquel extraño aparato que rompió con la tranquilidad de aquel poblado. Y en medio de rezos, llantos e interrogantes, otro grupo se concentró en Playa Vieja, al frente de la casa de los Monagas.
Aquella máquina voladora atravesó toda la bahía de Pozuelos en dirección desde el naciente al poniente, y al poco rato los más cercanos a la playa vieron cómo planeó sobre el azul marino, hasta quedar flotando al vaivén del oleaje: era la primera vez que en el Puerto de la Santa Cruz se apreciaba un Avión.
La sorpresa inundó la curiosidad de las personas y la noticia se regó de tal manera que una oleada de  residentes de Pozuelos se vinieron hasta la playa en bestias y otros corriendo, con tal de ver con sus propios ojos lo que se había convertido en un grandioso acontecimiento. Su  impacto se hizo mayor en el momento que desde la playa se observó cómo se abrió la pequeña compuerta y en segundos un hombre asomó su cuerpo y haciendo señales con sus manos gritaba palabras inentendibles.
Transcurrió un buen rato cuando un inmigrante italiano, Don Emilio Luiggi Ceccato, hombre conocedor de muchos instrumentos y maquinarias, habló a todos: —¡tengan calma señores!, es un avión que aterriza en el agua; se conoce como Hidroavión—  
Pronto se aprestaron varios botes para remar hasta la máquina, y conversar con su conductor. Pasado un rato los botes remolcaron  la máquina hasta la casa de Eriberto Aldrey, erigida a la orilla de la playa en donde atravesaba la calle Puerta Brava, hoy denominada calle Monagas,  exactamente en el lugar en que años posteriores funcionaría el Colegio de Monjas Madre Rosa María Molas y hoy se encuentra enclavado el Hotel Rassil.  

Este acontecimiento ocurrido un día de febrero de 1925 nos revela las cualidades de los habitantes de aquella aldea llamada Puerto de la Cruz que nunca imaginaron la ciudad que tenemos hoy.