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miércoles, 5 de agosto de 2015

Puerto La Cruz en Cara y Sello


Con la llegada de las empresas petroleras a Puerto La Cruz  se atraviesan nuevas historias que traen aparejados nuevos paradigmas en el comportamiento de la población. Una refinería enclavada en el corazón de la ciudad, empujando cambios que se suceden  con la llegada de actividades mercantiles relativas  al consumo de alimentos y bebidas, artículos del hogar para la limpieza, detergentes para lavar, cosméticos, papel sanitario y utensilios de uso corriente, como consecuencia de la atracción que significaba una actividad altamente rentable, generadora de una considerable cantidad de empleos relativamente bien remunerados. Es decir: comienza a abrirse paso el consumismo.
Sumado a ello se presenta  el hecho de que algunos de los dueños de las petroleras también lo eran de empresas comercializadoras de bienes de múltiples usos. Tal es el caso del ciudadano norteamericano Nelson Rockefeller, que además de ser propietario y/o accionista copropietario de varias de las factorías, también lo era de las empresas CADA y SEARS ROBUCK. Empresas que durante el decenio de los cincuenta, del siglo pasado, aparecen en la escena puertocruzana.
Y así como entran por vía de la alimentación, o por la necesidad de atender soluciones a diversas situaciones de la vida diaria, como el vestido, comienzan a surgir nuevas palabras, nuevas maneras de decir, nuevos nombres, que a su vez transforman la visión del mundo que concebimos: Ovomaltina, Sopas Maggie, Interiores Jockie, Hojillas Gillete, Colonia Mennen, Jabón de Reuter, Toddy, Crema dental pepsodent y Colgate, Brillantina Palmolive, detergente Fab, Lucky Stryke, Philips Morris, Camel, cafenol, conmel, flit, avena quaker, leche klim, Billcream, Pañales Curyti, Jean Marie Farina, Alka Seltzer, Harina Gold Medal, Mantequilla Brum, Marlboro, Zapatos US Keds, Selecciones del Readers Digest, Chocolates Savoy, Caramelos La Suiza, Fruna, Kool Aid, Patines Winchester, Condones Sultán, Chevrolet, Ford, Good Year, Firestone…
   
Pero antes que la llegada del petróleo, el contrabando siempre fue una actividad que se practicaba desde nuestras etnias originarias hasta el más insignificante mestizo de nuestras costas. Los margariteños siempre se destacaron en estos quehaceres. Y por supuesto que esta actividad creció como crecía el consumo derivado de aquellos nuevos paradigmas. Tanto que nuestro hablar también fue sufriendo mutaciones. Ejemplos sobran de cómo decíamos en el diario hablar: pantalón de caqui y un tiempo después pantalón Ruxton, pantalón de guayacán y ahora  bluyin,  la colcha y ahora la sábana, la cama por el catre, camisón antes y ahora vestido, la cota antes y ahora la blusa, boliche y ahora perinola, chiquichiqui y ahora picazón, remo por canalete, botas por guachicones.
Muy común usar zapatos comprados en la calle Buenos Aires a los Carupaneros o Maqueros. Y un buen día apareció zapatería Spada, y otras más… y otra,  y nuestros zapateros desaparecieron.
Pasaron pocos años y los puertocruzanos comenzamos a ver nuevos negocios, nuevos servicios, que atraían a la población de acuerdo con la circunstancia que se le presentara: quién no alzaba el cuello orgulloso cuando visitaba, acompañado de una muchacha, la Heladería Alaska en la calle Libertad, a comerse una barquilla; o ir a hasta la plaza de Chuparín y deleitarse un Melody´s –donde frecuentaba Sorfany Alfonso—, o caminar hasta El Cubanito y brindar un sanguche submarino. O caminar muy orondo, una noche de domingo, el paseo Colón desde la plaza hasta la intersección con la calle Anzoátegui –que era donde terminaba—y regresarse para después volver, pelearse con los turcos, o los italianos y españoles, por los bancos para sentarse, comerse unas cotufas, o llamar al vendedor de maní tostado; brindar una cotufa elaborada por un italiano… lanzar aquellas críticas a los baisanos porque dejaban montones de desperdicios de semillas de ahuyama y cáscaras de pistacho. Aún son frescas las imágenes de cómo nuestra población se esmeraba en mostrar sus mejoras ropas para ir caminar por el lugar más agradable y emblemático de la ciudad.
Y la vida fue cambiando, claramente, altas velocidades, y las marcas  continuaron expandiendo su cerco: Caramelos La Suiza, PepsiCola, Kolita Dumbo, Grapette, Chicha A-1, Cuaderno Caribe, Fortuna, Viceroy, Lido, Pino Silvestre, Fisher Price, Chocolates Savoy, Lápiz Mongol, Creyones Prismacolor, Guante de Beisbol Wilson, Guante de Beisbol Spalding, Goma de Borrar Eagle, Las Reglas de Madera, Escuadras de Plástico, Libro Silabario, Libro Coquito, Vino Sansón, Vino Sangre de Toro, Zapatos Walkover. Y por fortuna, por legitimidad, aparecían nuestros emblemas locales como: Joyería La Confianza, Pan Sango (creado por nuestros chinos) Quincallería Japonesa: Sakae Watay, Mueblería la Florida (nuestros árabes), Fornos, La Coromoto, La Guaricha, Materiales Díaz, La Marquesina, Pilón Meneses, Pilón de los Romero, Mercado Compensador…etc.
En aquellos tiempos cuando  una familia seleccionaba un padrino y madrina de bautizo, para el último niño nacido en aquel hogar, se acostumbraba enviar invitaciones  para la celebración, con tarjetas en papel cebolla, un texto bien sobrio y una mariquita incrustada en su cuerpo.

Nos queda reflexionar alrededor de estos cambios, su sentido, cuánto hemos perdido o ganado, si es que podemos valorarlos de esa manera. Deberíamos recoger la expresión de José Roberto Duque cuando expreso lo siguiente: Nos separaron del país que estábamos a punto de ser, y empujarnos a la imitación forzosa de un país industrial, urbano y cosmopolita que nunca seremos.  


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