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domingo, 12 de julio de 2015

LA CEIBA DE LA CALLE BOYACÁ

  La calle Boyacá nació desde la Playa Vieja  –llamado desde 2011 Paseo de La Cruz y el Mar  y anteriormente Paseo Colón— hacia  la calle La Lajita que así se llamó la actual calle Bolívar. Junto  con La Marina y San Miguel conforma el trío de Calles más cortas en el casco de la ciudad, siendo la última de las nombradas la que encabeza la menor distancia.
  
Pero la calle Boyacá tiene la particularidad de tener a su costado izquierdo una inmensa y frondosa Ceiba que sombrea buena parte de su extensión y sus ramas se extienden atravesándola a lo ancho tocando sutilmente las paredes del edificio Turimiquire.  Ese grandioso árbol ha sido testigo de los cambios suscitados en un lugar tan emblemático como lo es todo lo que esté frente a la hermosa bahía de Pozuelos.

Cabe recordar que nuestros ancestros indígenas prehispánicos tenían a la Ceiba como un árbol sagrado. Según este concepto la Ceiba, o Yaaxché en lengua de los Maya, los tres planos con que se estructura el universo se comunican a través de la Ceiba sagrada. Y siguiendo con las creencias de los Maya, son las ramas de este árbol las que permiten la apertura hacia los cielos. Razones que tenían esta genial etnia americana para sembrarlos siempre en las plazas de sus ciudades.

Esa Ceiba, de la cual todos los puertocruzanos debemos enorgullecernos, creció allí porque fue sembrada  por una mujer nativa cuando aún  los arenales de la playa se acumulaban al lado sur y a todo su largo. Apenas detenidos por los pocos mangles que quedaban, sin embargo se formaban aquellos aluviones en los meses de la cuaresma hasta que fuesen removidos por los celadores que siempre nombraba el presidente del estado para esa zona en especial.  Y esa mujer que un buen día del mes de abril de 1924 sacó desde su casa, en las cercanías de la que hoy es la Iglesia de la Santa Cruz,  aquel pequeño árbol de Ceiba  sembrada en una lata  y la llevó hasta el mismo lugar donde está hoy erigida con la fortaleza y majestuosidad que muestra  a propios y extraños.

La dama en cuestión, que tomó la iniciativa de sembrarla, tal vez nunca llegó a pensar en el significado estético e histórico que pudiera llegar a tener su gesto. Doña Emilia Hernández de Gil, que así se llama nuestro personaje, trasplantó  aquel solitario arbolito que encontró un buen día en los alrededores del cerro El Vigía y trasplantó para una perola de latón. Hasta que la llevó al mencionado sitio.

Nacida un 28 de mayo de 1912, doña Emilia se muestra orgullosa, a sus recién cumplidos 100 años de edad, de tener un hijo como ese árbol de Ceiba que se muestra como un  monarca bienhechor, sin más riqueza que la admiración de la ciudad y sin más autoridad que el acto ético cumplido por una mujer que debe gozar del respeto y la admiración de todos los habitantes de nuestro querido terruño.

Mientras que a sus noventa y un años (91) cumplidos, la Ceiba de la calle Boyacá –nombre que me permito darle por su condición de héroe sobreviviente de una guerra depredadora declarada—  se erige por encima de falsos urbanizadores, especuladores de bienes raíces y mercachifles del negocio, que acompañan al hombre. Su noble aterramiento sigue allí en un terreno de propiedad municipal, que desde que dejo de ser un lavadero de vehículos ha pasado a estacionamiento que favorece a un negocio aledaño.

Desde nuestra humilde condición de Cronista Oficial del municipio Juan Antonio Sotillo, nos permitimos pedir a toda la ciudadanía consciente de Puerto La Cruz para que el área en la cual se encuentra este monumento natural, aproximadamente unos 1000 mts cuadrados, sea transformada en Plaza Municipal “Emilia Hernández de Gil” como homenaje a un personaje que espontáneamente cumplió con un acto de dimensión histórica como el de haber sembrado un símbolo de nuestro herbolario y haber permanecido durante ochenta y ocho años, pese a las vicisitudes y adversidades muy propias de esta mal llamada modernidad. Nuestra personaje centenario a la edad que tiene, sumaría a su recta conducta y fructífera vida que ha llevado durante tantos años, el gesto de un pueblo que desde hace mucho no rinde tributo a sus mejores ciudadanos.   

Pero la calle Boyacá tiene la particularidad de tener a su costado izquierdo una inmensa y frondosa Ceiba que sombrea buena parte de su extensión y sus ramas se extienden atravesándola a lo ancho tocando sutilmente las paredes del edificio Turimiquire.  Ese grandioso árbol ha sido testigo de los cambios suscitados en un lugar tan emblemático como lo es todo lo que esté frente a la hermosa bahía de Pozuelos.

Cabe recordar que nuestros ancestros indígenas prehispánicos tenían a la Ceiba como un árbol sagrado. Según este concepto la Ceiba, o Yaaxché en lengua de los Maya, los tres planos con que se estructura el universo se comunican a través de la Ceiba sagrada. Y siguiendo con las creencias de los Maya, son las ramas de este árbol las que permiten la apertura hacia los cielos. Razones que tenían esta genial etnia americana para sembrarlos siempre en las plazas de sus ciudades.

Esa Ceiba, de la cual todos los puertocruzanos debemos enorgullecernos, creció allí porque fue sembrada  por una mujer nativa cuando aún  los arenales de la playa se acumulaban al lado sur y a todo su largo. Apenas detenidos por los pocos mangles que quedaban, sin embargo se formaban aquellos aluviones en los meses de la cuaresma hasta que fuesen removidos por los celadores que siempre nombraba el presidente del estado para esa zona en especial.  Y esa mujer que un buen día del mes de abril de 1924 sacó desde su casa, en las cercanías de la que hoy es la Iglesia de la Santa Cruz,  aquel pequeño árbol de Ceiba  sembrada en una lata  y la llevó hasta el mismo lugar donde está hoy erigida con la fortaleza y majestuosidad que muestra  a propios y extraños.

La dama en cuestión, que tomó la iniciativa de sembrarla, tal vez nunca llegó a pensar en el significado estético e histórico que pudiera llegar a tener su gesto. Doña Emilia Hernández de Gil, que así se llama nuestro personaje, trasplantó  aquel solitario arbolito que encontró un buen día en los alrededores del cerro El Vigía y trasplantó para una perola de latón. Hasta que la llevó al mencionado sitio.

Nacida un 28 de mayo de 1912, doña Emilia se muestra orgullosa, a sus recién cumplidos 100 años de edad, de tener un hijo como ese árbol de Ceiba que se muestra como un  monarca bienhechor, sin más riqueza que la admiración de la ciudad y sin más autoridad que el acto ético cumplido por una mujer que debe gozar del respeto y la admiración de todos los habitantes de nuestro querido terruño.

Mientras que a sus noventa y un años (91) cumplidos, la Ceiba de la calle Boyacá –nombre que me permito darle por su condición de héroe sobreviviente de una guerra depredadora declarada—  se erige por encima de falsos urbanizadores, especuladores de bienes raíces y mercachifles del negocio, que acompañan al hombre. Su noble aterramiento sigue allí en un terreno de propiedad municipal, que desde que dejo de ser un lavadero de vehículos ha pasado a estacionamiento que favorece a un negocio aledaño.

Desde nuestra condición de Cronista Oficial del municipio Juan Antonio Sotillo, nos permitimos pedir a toda la ciudadanía consciente de Puerto La Cruz para que el área en la cual se encuentra este monumento natural, aproximadamente unos 1000 mts cuadrados, sea transformada en Plaza Municipal “Emilia Hernández de Gil” como homenaje a un personaje que espontáneamente cumplió con un acto de dimensión histórica como el de haber sembrado un símbolo de nuestro herbolario y haber permanecido durante ochenta y ocho años, pese a las vicisitudes y adversidades muy propias de esta mal llamada modernidad. Nuestra personaje centenario a la edad que tiene, sumaría a su recta conducta y fructífera vida que ha llevado durante tantos años, el gesto de un pueblo que desde hace mucho no rinde tributo a sus mejores ciudadanos. 
   


LA TORTURA Y EL HUMOR

LA TORTURA Y EL HUMOR

Aquella noche de marzo de 1961 se mostraba tan tranquila y desolada, que ninguno de aquellos tres militantes de la juventud comunista recordó la necesidad de fortalecer la seguridad, tan necesaria en estos casos. Salieron a cumplir una tarea muy convencional en aquella época, como era la colocación de volantes en lugares estratégicos que luego se esparcirían por la acción de otro militante, que actuaría al amanecer. Recorrieron varias calles de Puerto La Cruz desde las 7:oo pm hasta aproximadamente la 1:oo de la madrugada. Debían cuidarse del asedio de la policía política, la Digepol, del gobierno adeco. Cuando sentían el ruido de un vehículo tenían que esconder el paquete contentivo de volantes. Una vez que  concluyeron la tarea respiraron profundo y sin tensiones emprendieron su caminata desde la calle El Guamache en retorna al barrio Los Yaques. Pero algo inesperado los esperaba en la esquina de la calle Anzoátegui con la Bolívar. Ellos, que bajaban por la primera se percatan que en aquella esquina hay un vehículo en el mero centro de la intersección, varios individuos lo rodean. Antonio Pérez, Luis Eduardo Notaro y José Itamar Rondón Freites, este último conocido por sus allegados como el Conejo, detienen gradualmente el paso, y al unísono se voltean para pegar la carrera hacia atrás. Sin embargo, se dan cuenta que otro vehículo, y varios hombres en su interior, bajan aceleradamente desde la avenida 5 de julio. En lo adelante no opusieron resistencia y fueron llevados hasta la sede del cuerpo policial en Barcelona.
Nunca les dijeron porque los detenían; la acusación más reiterativa fue “¡ustedes son comunistas!”, “¿dónde está el chico?”, “¿dónde esconden las armas?”… etc.  Fueron llevados con los ojos vendados hasta un cuarto húmedo y pestilente, amarradas sus manos y atados a un travesaño de madera con un poco más de dos metros de altura. Los pies apoyados sobre un rin de vehículo. Allí los mantuvieron por muchas horas, hasta que vinieron dos hombres a interrogarlos. Perdieron la noción del tiempo. Los golpearon sin lograr que alguno de ellos dijeran algo que les sirviera a la Digepol.
Pasaba el tiempo sin que tuvieran noción de cuánto había transcurrido, y Nottaro, exhausto, al igual que sus otros camaradas, pregunta a Antonio: ¿Qué hora será Antonio? A lo que el Conejo, adelantándose, le responde: ¿Qué..?  ¿Vas pa´l cine?    
  




martes, 7 de julio de 2015

ANIMA DEL UVERO

En una diminuta capilla ubicada en las orillas del Neverí, en el sitio de “Los Mangos”, los pobladores de Curaguaro, Cambural, Carraspozo y otros caseríos aledaños, rinden tributo al “Ánima del Uvero”.
Cuenta la señora Trina Maita que hace unos cuantos años se ahogó una niña en un caserío llamado Pardillar, ubicado en las serranías del Turimiquire, y a los cuatro días ella la encontró a la “pata” de un uvero, en el mismo sitio donde se le hizo su capilla, y cuál fue su sorpresa que “aquella niña estaba intacta, paradita, sanita como si nada la hubiese tocado”.
Allí, en el mismo lugar, fue enterrada, y los pobladores del lugar le rinden tributo a la niña, dándole el nombre de Ánima del Uvero, en razón de sus poderes milagrosos.
Muchas personas dan sus testimonios que le han pedido por su salud, le rezan para que su alma de virgen perdure en la paz, y ella en retribución le ha dado indicaciones en sus sueños para mejorar su salud.

También están los que piden por que el invierno traiga la prosperidad en las cosechas y para que el rio siga siendo una fuente de vida y un medio de producción y resultados positivos en sus faenas.   

(Del libro inédito: Puerto La Cruz, de un lugar a otro)



PUERTO LLENO DE HISTORIAS


En 1866, el pequeño caserío de pescadores llamado La Cruz viene creciendo, hasta que en ese año es estructurado como parroquia civil con el nombre de Puerto de La Cruz.
Según el primer censo de 1875, realizado bajo el gobierno de Guzmán Blanco, para esa época tenía 428 habitantes “muy mestizados”. La actividad económica  más importante era la pesca artesanal y el corte de madera. Existía una empresa de chinchorros, de pesca, en el litoral, cuyos propietarios eran los Monagas.
En 1881 se cuentan 598 habitantes y se estima que ese crecimiento es estimulado por el cultivo del coco que para mediados de 1870 comienza a industrializarse en la región. El cultivo de este fruto fue considerado, por sus promotores, como elemento de riqueza. En esos años se desarrollaron grandes cocales en los valles situados al este de la capital Barcelona, a orillas del mar, más extensos en el pueblo de Guanta, a orillas del mar. Es exportado a los Estados Unidos y se llevan grandes cantidades para Cumaná, donde es extraído el aceite.
Con la Constitución del año 1881 se crea el departamento Gregoriano, constituido por las parroquias siguientes: San Cristóbal y el Carmen en la capital Barcelona; Pozuelos, Puerto de la Cruz, San Diego, Araguita, Bergantín, Curataquiche, San Bernardino, Caigua y el Pilar; que en conjunto suman 19.958 habitantes.
Al momento de describir las parroquias (solo nos referiremos a Pozuelos y Puerto de la Cruz) se decía lo siguiente:
Pozuelos: parroquia civil y ecleciastica con un buen templo parroquial que acaba de construirse. Tiene 526 habitantes, en su mayor parte indígenas, dedicados a la agricultura menor y al corte de maderas. De todo carece la principal población. Corresponde a su jurisdicción el pingue valle de Guanta, en donde hay grandes haciendas de coco, entre las cuales se halla el valioso establecimiento del señor Santos D´Aubeterre, con máquina para extraer el aceite de aquel fruto, peinar la fibra de su corteza,…etc. este valle es uno de los más ricos y productivos del Departamento, y de los bosques de la parroquia se extraen riquísimas maderas de construcción y tintóreas.
Puerto de la Cruz: parroquia civil de erección reciente, que depende en lo eclesiástico de la parroquia de Pozuelos. Cuenta con 428 habitantes de raza mixta, la mayor parte dedicados a la pesca y corte de maderas. No tiene de notable  sino una escuela particular de varones. Tiene los empleados civiles que la ley acuerda a las parroquias, a saber: un jefe civil y un suplente, y un juez de parroquia.
En el mismo cuadro estadístico se expresa lo siguiente:
  Distrito               Habitantes                   Temperatura                            Ubicación
Pozuelos                 526                          Cálido y sano                      En un cerrito a la orilla del                                                                                                                                        mar, del cual dista una legua                                                                                                       
               Puerto de la Cruz    428                          Cálido y sano                     Al norte de Pozuelos
Estación de lluvias: principia el invierno a finales de mayo y continúa hasta octubre; vuelve a llover en noviembre hasta diciembre.
Con esta estampa queda dibujado aquel pequeño caserío y sus inicios en el siglo XIX. Que con el boom petrolero se aligera su crecimiento, con una migración de regiones aledañas y remotas, donde florece  un nuevo conglomerado, que se impregna de nuevos actores con la migración europea y asiática. Sin duda una ciudad llena de historias contrastantes, que florecen sobre la piel del puertocruzano, cada día más esclarecedora de nuestra identidad.

Luis E. García

Cronista Oficial del Municipio Juan Antonio Sotillo.


PUERTO LA CRUZ Y LA FORMACIÓN DE LAS PLAZAS



PUERTO LA CRUZ Y LA FORMACIÓN DE LAS PLAZAS

En la medida que Puerto La Cruz se va estructurando como pueblo, van apareciendo formas urbanísticas que rompen con conceptos tradicionales de lo que se considera ciudad. Es el caso de la aparición de las plazas. El concepto aprendido de España, fue el de la Plaza Mayor, alrededor de la cual se instalaba la iglesia y la sede administrativa del gobierno. Si hacemos un recorrido por el país notaremos que la mayoría de nuestras ciudades y pueblos están estructurados bajo este concepto.
En el caso de Puerto La Cruz, reiteramos, ocurrió que las plazas fueron surgiendo, tal vez, por la necesidad primaria de tener lugares de encuentro donde compartir actividades propias de las comunidades.
La primera vez que aparece una plaza en Puerto La Cruz, ocurrió en el lugar denominado Playa Vieja, donde se hacían los oficios religiosos en una pequeña capilla, a orillas del mar, en la actual esquina de las calles Monagas y Ricaurte. En el mismo lugar donde tenían casas de “atemperar” las familias Monagas y Rolando, que gozaban del respeto y reconocimiento de los ciudadanos de la época. Fue el mismo sitio donde fueron instalándose familias de origen corso, como los Espino, Schaffino, Addler, Notaro, Carreyó y Rafetti, con asentamiento principal en Barcelona.
Durante el año 1923, en el gobierno de Juan Vicente Gómez, siendo presidente del estado el general Silverio González, fue denominada como Plaza Monagas. Posteriormente, durante la década de los años cincuenta, fue remodelada y se le coloco un busto del General José Tadeo Monagas.
Era el mes de octubre del año 1935, cuando el Presidente venezolano Juan Vicente Gómez designa como Presidente del Estado Anzoátegui al General José R. Dávila.
Este militar andino hace un recorrido por varias localidades del estado, entre ellas Puerto de la Cruz. Al llegar a la playa queda gratamente impresionado por la belleza de la bahía, y conoció además de las propiedades curativas que se le atribuyen a sus aguas. Al llegar al sitio denominado como Aldea de Pescadores, al extremo este de la playa –en donde actualmente se erige la Cruz— se detiene pensativo  y mirando sus alrededores comenta que en aquel lugar se merece construir una obra de ornato que exalte la belleza natural del lugar. Fue así como este militar, presidente del Estado Anzoátegui en aquella época, ordenó la asignación de recursos para que se construyera en el sitio una plataforma “macadamizada por el sistema de concreto”, de un diámetro de 10 metros, en forma octogonal.
Él mismo bautizó la obra con el nombre de “Parque Colón”. A tales propósitos fue emitido el decreto N° 53 del 13 de diciembre de 1935, que entre sus considerandos decía, entre otras cosas, lo siguiente: “Que siempre mi gobierno, inspirado en las últimas finalidades del progreso que involucra para el país, la Gran Causa de la Rehabilitación Nacional, de la cual es su único jefe el Benemérito Juan Vicente Gómez,  Presidente de la República, fomenta con el mayor interés las obras de ornato y embellecimiento público de las poblaciones, a fin de que ellas respondan gallardamente a los modernos sistemas de la arquitectura y el arte”.
Pasan los años y el 23 de noviembre de 1953, siendo gobernador del estado el doctor Manuel José Arreaza, ordena la reformulación del llamado Parque Colón y la erección de una estatua de Cristobal Colón, con un nuevo nombre para el sitio: Plaza Colón.
En los comienzos del siglo veinte existió un solar en la esquina de las calles Bolívar y Juncal, que se utilizaba como estadio de beisból y se le daba el nombre de Plazoleta. Contiguo a este, estaba el Pozo de Zinc, primer  manantial  surtidor de agua de los pobladores del Puerto de La Cruz, pero que a la fecha se había contaminado y por tanto clausurado. A los lados, por la calle Juncal, existían varios establecimientos comerciales y la Oficina de Telégrafos, mientras que hacia la calle Libertad funcionaba el mercado Municipal.
Fue precisamente en este sitio donde inicialmente nació La Plaza Sucre, en homenaje al Gran Mariscal Antonio José de Sucre, develándose un busto del citado patriota de la gesta independentista. Al parecer las condiciones precarias, producto del deterioro causado por las lluvias y las grandes ventoleras, en aquel lugar donde reinaba el lodo y el polvo, fueron creando condiciones que al final los habitantes fueron ignorando.
Pasaron varios años hasta que en 1942 el gobernador del estado, general Manuel Tiberio Arreaza, presenta un plan de “Fomento Urbano”, donde plantea la necesidad, entre otras obras de importancia, la construcción de la plaza Simón Bolívar y la erección de una estatua del Libertador. Y entre las obras hechas por este gobernador, fue la “petrolización” de las calles alrededor de la plaza, pero se perdió en razón del excesivo invierno durante ese año.
Hasta que en los inicios del año 1953, por decreto del gobernador Manuel José Arreaza, se ordena la construcción de la Plaza Bolívar y una estatua ecuestre de Simón Bolívar. Y el 2 de diciembre de 1956 se lleva afecto el acto protocolar de inauguración del citado espacio. La estatua erigida en el centro de la plaza es una réplica del monumento que se encuentra en la plaza Bolívar de la ciudad capital de Venezuela.

Es el mismo gobernador Manuel José Arreaza que en decreto N° 50 del 05 de julio de 1954 decreta la construcción de la plaza General Santiago Mariño y la avenida con el mismo nombre. La Plaza se inauguró el día 03 de diciembre de 1954 y no sabemos de lo que fue la avenida con ese nombre. Al parecer el gobernador al expresar su alegría por la obra realizada, en el acto protocolar, se refirió al “Libertador de Oriente” para enaltecer el nombre de Santiago Mariño. Ese mismo día, pero en horas del mediodía, Manuel José Arreaza inaugura el empalme de la Calle Sucre con la avenida Colón.