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martes, 5 de enero de 2016

Puerto La Cruz, a pesar de la espada clavada en su pecho

Era el año de 1875, siendo presidente de Venezuela el general Antonio Guzmán Blanco, cuando se presentó ante la nación el primer Censo Nacional. En él aparece  un pequeño caserío denominado Puerto de la Cruz, estructurado como parroquia civil, con 428 habitantes –muy mestizados, al decir de la nota marginal del documento—y las actividades  económicas más importantes eran la pesca artesanal, con una empresa de chinchorros en la playa, y el corte de maderas. Al parecer era la primera vez que Puerto La Cruz aparecía mencionado por un documento oficial.
Antes de ese acontecimiento la antigua provincia de Barcelona había sido elevada, en la constitución de 1864, a la categoría de Estado Federal bajo la denominación de Barcelona y convertirse en una de las veinte entidades autónomas que constituyeron los Estados Unidos de Venezuela.
Llega el año de 1881 y el 24 de agosto Barcelona fue proclamada capital del Estado Bermúdez, creado por la asamblea constituyente reunida en Urica, bajo la presidencia del general Nicolás Rolando, nativo de esta ciudad capital, constituido por la sumatoria de los territorios de  lo que hoy son Anzoátegui, Monagas y Sucre y su división político territorial se estableció por Cantones y Parroquias. Era el caso que el Cantón Barcelona (Gregoriano) estaba constituido por las parroquias San Cristóbal, El Carmen, Pozuelos, Puerto de la Cruz, San Diego, Araguita, Bergantín, Curataquiche, San Bernardino, Caigua y El Pilar.  
Para esta fecha, según el segundo censo realizado, Puerto de la Cruz contaba con 598 habitantes y se estimó que el notable crecimiento fue estimulado por el cultivo del Coco, que para mediados de 1870 comienza su industrialización en la región.
El 4 de febrero de 1895, el general Nicolás Rolando en su condición de Presidente del citado estado Bermúdez, decreta la creación del municipio Puerto La Cruz mediante un Acta de Anexión a la capital del Estado, como un homenaje a la memoria del héroe de Ayacucho. El Acta está firmada por el presidente de Estado, General Nicolás Rolando, Julián Temístocles Maza, Secretario General de Gobierno, el Presidente del Concejo Municipal del Distrito Bolívar Sr. Abrahan Valencia, y un grueso número de ciudadanos de Barcelona y Puerto de la Cruz, dándole legitimidad al acto administrativo realizado. El acta fue certificada por el registrador principal, sr. T.C. Ugueto.
Desde aquella trascendente  decisión de Nicolás Rolando transcurren  49 años hasta  el 6 de enero de 1944, cuando se crea por ley, de la Asamblea Legislativa del Estado Anzoátegui, el Distrito Juan Antonio Sotillo como homenaje al héroe epónimo de la guerra federal. En esa época tenía plena vigencia la Ley Político Territorial de febrero de 1941, que dividía el territorio del Estado en distritos y estos a su vez en municipios. Se nombra a Puerto La Cruz como capital del recién creado Distrito, conformado por la segregación del Distrito Bolívar los municipios Guanta, San Diego, Pozuelos y Puerto La Cruz, que se convirtió en reconocimiento a una entidad territorial que se encaminaba a un crecimiento poblacional superior a los 14 mil habitantes, y entraba en la senda del crecimiento económico, por la presencia de la actividad petrolera consistente en el embarque de crudos en el antiguo Puerto de las Mulas, hoy Puerto de Guaraguao, que comenzó actividades el 4 de diciembre de 1939, a través de un oleoducto construido por la industria, desde el pozo Oficina N° 1, en el Tigre.
Para el próximo 6 de enero de 2016 el ahora Municipio Juan Antonio Sotillo cumplirá 72 años desde aquel 1944 en que se le dio carácter de mayor de edad a la pujante ciudad, con una espada clavada en su pecho, como lo es la refinería que pertenece a la República Bolivariana de Venezuela, en una extensión de tierras que le quita por lo menos un tercio de su territorio, que es la causante principal de la contaminación de nuestra hermosa y deteriorada bahía, cuyo terminal de embarque ahuyenta los grandes cardúmenes de jurel y cabaña, por la arrogante presencia de supertanqueros, que además arrojan cantidades apreciables de basura y tóxicos. ¿Y qué decir de la tan pregonada actividad turística? Y me perdonan la digresión. Unas tierras que otrora fuero albergue de un próspero fundo llamado El Pensil, con sembradíos de frutas, verduras y flores, y que la absoluta falta de visión de nación de un hermano del general Rolando, pasaron a manos de los gringos hasta devenir a manos de la Nación, por la nacionalización de la industria, salvadora y diabólica, a la vez. 
Pero también se cumplen 121 años –tomando la misma fecha referencial—desde aquel 5 de febrero, siempre febrero, cuando Rolando alzó su voz para reconocer en nuestra amada ciudad su visión de futuro , donde él mismo construiría una modesta vivienda frente al mar apacible y generoso de la bahía. Muy cerca de otra vivienda perteneciente a José Gregorio Monagas y sus chinchorros de pesquería.
Son motivos suficientes para que los puertocruzanos nos demos a la tarea de celebrar la adultez de nuestro querido pedacito de cielo, bastante mal querido por personeros que desde las instancias del poder público y privado en vez de darle cariño lo que hacen es manosearla, como diría nuestro cantor mayor.  Pero celebrar sin el protocolo banal e insincero, sin el discurso patriótico que exalta a nuestros primigenios habitantes, pero va con familiares y amigos, visitantes y vecinos, a sentarse en las piernas del pirata conquistador y bajo la cruz apaciguadora, para tomarse unas fotografías y bajarla en las llamadas redes sociales.
Ciento veintiún  años que no son nada, pero como hay tiempo para todo, y por las noticias que corren, motivos suficientes tenemos para exaltar el ejemplo ético del héroe epónimo, Juan Antonio Sotillo, glorioso y olvidado, que nunca obtuvo ventaja material por sus hazañas y cercanía del poder político y militar, y más bien concedió a la educación pública el dinero otorgado por el congreso nacional de aquella época que al rechazarlo expresó: Que otros aprendan con él, que yo con lo que sé, tengo bastante para vivir con todos en este mundo y alcanzar, ¡feliz!, el otro.