La calle Boyacá nació
desde la Playa Vieja –llamado desde 2011 Paseo de La Cruz y el Mar y
anteriormente Paseo Colón— hacia la calle La Lajita que así se llamó
la actual calle Bolívar. Junto con La Marina y San Miguel conforma
el trío de Calles más cortas en el casco de la ciudad, siendo la última de las
nombradas la que encabeza la menor distancia.
Pero
la calle Boyacá tiene la particularidad de tener a su costado izquierdo una
inmensa y frondosa Ceiba que sombrea buena parte de su extensión y sus ramas se
extienden atravesándola a lo ancho tocando sutilmente las paredes del edificio
Turimiquire. Ese grandioso árbol ha sido testigo de los cambios
suscitados en un lugar tan emblemático como lo es todo lo que esté frente a la
hermosa bahía de Pozuelos.
Cabe
recordar que nuestros ancestros indígenas prehispánicos tenían a la Ceiba como
un árbol sagrado. Según este concepto la Ceiba, o Yaaxché en lengua de los
Maya, los tres planos con que se estructura el universo se comunican a través
de la Ceiba sagrada. Y siguiendo con las creencias de los Maya, son las ramas
de este árbol las que permiten la apertura hacia los cielos. Razones que tenían
esta genial etnia americana para sembrarlos siempre en las plazas de sus
ciudades.
Esa Ceiba, de la cual
todos los puertocruzanos debemos enorgullecernos, creció allí porque fue
sembrada por una mujer nativa cuando aún los arenales de la playa
se acumulaban al lado sur y a todo su largo. Apenas detenidos por los pocos
mangles que quedaban, sin embargo se formaban aquellos aluviones en los meses
de la cuaresma hasta que fuesen removidos por los celadores que siempre
nombraba el presidente del estado para esa zona en especial. Y esa mujer
que un buen día del mes de abril de 1924 sacó desde su casa, en las cercanías
de la que hoy es la Iglesia de la Santa Cruz, aquel pequeño árbol de
Ceiba sembrada en una lata y la llevó hasta el mismo lugar donde
está hoy erigida con la fortaleza y majestuosidad que muestra a propios y
extraños.
La dama en cuestión, que
tomó la iniciativa de sembrarla, tal vez nunca llegó a pensar en el significado
estético e histórico que pudiera llegar a tener su gesto. Doña Emilia Hernández
de Gil, que así se llama nuestro personaje, trasplantó aquel solitario
arbolito que encontró un buen día en los alrededores del cerro El Vigía y
trasplantó para una perola de latón. Hasta que la llevó al mencionado sitio.
Nacida un 28 de mayo de
1912, doña Emilia se muestra orgullosa, a sus recién cumplidos 100 años de
edad, de tener un hijo como ese árbol de Ceiba que se muestra como un
monarca bienhechor, sin más riqueza que la admiración de la ciudad y sin más
autoridad que el acto ético cumplido por una mujer que debe gozar del respeto y
la admiración de todos los habitantes de nuestro querido terruño.
Mientras que a sus
noventa y un años (91) cumplidos, la Ceiba de la calle Boyacá –nombre que me
permito darle por su condición de héroe sobreviviente de una guerra depredadora
declarada— se erige por encima de falsos urbanizadores, especuladores de
bienes raíces y mercachifles del negocio, que acompañan al hombre. Su noble
aterramiento sigue allí en un terreno de propiedad municipal, que desde que
dejo de ser un lavadero de vehículos ha pasado a estacionamiento que favorece a
un negocio aledaño.
Desde nuestra humilde
condición de Cronista Oficial del municipio Juan Antonio Sotillo, nos permitimos
pedir a toda la ciudadanía consciente de Puerto La Cruz para que el área en la
cual se encuentra este monumento natural, aproximadamente unos 1000 mts
cuadrados, sea transformada en Plaza Municipal “Emilia Hernández de
Gil” como homenaje a un personaje que espontáneamente cumplió con un
acto de dimensión histórica como el de haber sembrado un símbolo de nuestro
herbolario y haber permanecido durante ochenta y ocho años, pese a las
vicisitudes y adversidades muy propias de esta mal llamada modernidad. Nuestra
personaje centenario a la edad que tiene, sumaría a su recta conducta y
fructífera vida que ha llevado durante tantos años, el gesto de un pueblo que
desde hace mucho no rinde tributo a sus mejores ciudadanos.
Pero
la calle Boyacá tiene la particularidad de tener a su costado izquierdo una
inmensa y frondosa Ceiba que sombrea buena parte de su extensión y sus ramas se
extienden atravesándola a lo ancho tocando sutilmente las paredes del edificio
Turimiquire. Ese grandioso árbol ha sido testigo de los cambios
suscitados en un lugar tan emblemático como lo es todo lo que esté frente a la
hermosa bahía de Pozuelos.
Cabe
recordar que nuestros ancestros indígenas prehispánicos tenían a la Ceiba como
un árbol sagrado. Según este concepto la Ceiba, o Yaaxché en lengua de los
Maya, los tres planos con que se estructura el universo se comunican a través
de la Ceiba sagrada. Y siguiendo con las creencias de los Maya, son las ramas
de este árbol las que permiten la apertura hacia los cielos. Razones que tenían
esta genial etnia americana para sembrarlos siempre en las plazas de sus
ciudades.
Esa Ceiba, de la cual
todos los puertocruzanos debemos enorgullecernos, creció allí porque fue
sembrada por una mujer nativa cuando aún los arenales de la playa
se acumulaban al lado sur y a todo su largo. Apenas detenidos por los pocos
mangles que quedaban, sin embargo se formaban aquellos aluviones en los meses
de la cuaresma hasta que fuesen removidos por los celadores que siempre
nombraba el presidente del estado para esa zona en especial. Y esa mujer
que un buen día del mes de abril de 1924 sacó desde su casa, en las cercanías
de la que hoy es la Iglesia de la Santa Cruz, aquel pequeño árbol de
Ceiba sembrada en una lata y la llevó hasta el mismo lugar donde
está hoy erigida con la fortaleza y majestuosidad que muestra a propios y
extraños.
La dama en cuestión, que
tomó la iniciativa de sembrarla, tal vez nunca llegó a pensar en el significado
estético e histórico que pudiera llegar a tener su gesto. Doña Emilia Hernández
de Gil, que así se llama nuestro personaje, trasplantó aquel solitario
arbolito que encontró un buen día en los alrededores del cerro El Vigía y
trasplantó para una perola de latón. Hasta que la llevó al mencionado sitio.
Nacida un 28 de mayo de
1912, doña Emilia se muestra orgullosa, a sus recién cumplidos 100 años de
edad, de tener un hijo como ese árbol de Ceiba que se muestra como un
monarca bienhechor, sin más riqueza que la admiración de la ciudad y sin más autoridad
que el acto ético cumplido por una mujer que debe gozar del respeto y la
admiración de todos los habitantes de nuestro querido terruño.
Mientras que a sus
noventa y un años (91) cumplidos, la Ceiba de la calle Boyacá –nombre que me
permito darle por su condición de héroe sobreviviente de una guerra depredadora
declarada— se erige por encima de falsos urbanizadores, especuladores de
bienes raíces y mercachifles del negocio, que acompañan al hombre. Su noble
aterramiento sigue allí en un terreno de propiedad municipal, que desde que
dejo de ser un lavadero de vehículos ha pasado a estacionamiento que favorece a
un negocio aledaño.
Desde nuestra condición
de Cronista Oficial del municipio Juan Antonio Sotillo, nos permitimos pedir a
toda la ciudadanía consciente de Puerto La Cruz para que el área en la cual se
encuentra este monumento natural, aproximadamente unos 1000 mts cuadrados, sea
transformada en Plaza Municipal “Emilia Hernández de Gil” como
homenaje a un personaje que espontáneamente cumplió con un acto de dimensión
histórica como el de haber sembrado un símbolo de nuestro herbolario y haber
permanecido durante ochenta y ocho años, pese a las vicisitudes y adversidades
muy propias de esta mal llamada modernidad. Nuestra personaje centenario a la edad
que tiene, sumaría a su recta conducta y fructífera vida que ha llevado durante
tantos años, el gesto de un pueblo que desde hace mucho no rinde tributo a sus
mejores ciudadanos.
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