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martes, 1 de septiembre de 2015

HOTEL POLO NORTE

 
Se puede considerar como el primer hotel de lujo en Puerto La Cruz  y concebido bajo una óptica turística. En realidad surge al calor del movimiento económico generado por el nacimiento del negocio petrolero en la ciudad.
En aquellos años, desde 1934, comienza la gran afluencia de empresarios y técnicos petroleros norteamericanos, así como altos funcionarios del gobierno de Juan Vicente Gómez. Era en este lugar donde se hospedaron los primeros especialistas que dirigieron la construcción de la refinería.
Construido durante la segunda década de los años cuarenta, del siglo pasado, tenía doce habitaciones de lujo, una barra de granito pulido en el bar, que se ubicaba al final dando con el mar, que permitía la visual hacia el norte, con La Borracha y Las Chimanas, el rumor de las olas, y su construcción total en madera, resaltaban las figuras barrocas y arabescos que mostraban el buen gusto de sus propietarios. El plato más solicitado por los comensales habituales de aquel hermoso lugar era una pasta de raviolis en salsa pesto a la genovesa.
Este inmueble, ubicado dentro de la playa del Paseo de la Cruz y el Mar, frente a la esquina con la calle Freites, fue desalojado durante la segunda mitad de los años cincuenta por las autoridades de la época. Algunos testimonian que las razones que justificaron su salida, por parte de las autoridades, se centraron en el argumento de que “afeaba la visual del lugar”.
También se dijo, en alguna oportunidad, que las condiciones sanitarias no eran adecuadas para el disfrute de las personas que se bañaban en la playa, pues se descargaba en las aguas las defecaciones y los orines. El Concejo Municipal del Distrito Sotillo dispuso en el año 1960, la demolición del edificio del hotel debido al estado de ruina inminente que presentaba la construcción.

Y para cumplir con esa disposición, la Cámara Municipal designó al ciudadano Cruz Figuera, quien tuvo que utilizar los servicios de un abogado para que la institución le cancelara la suma acordada, pues pasaron casi dos años desde que le fue otorgado el contrato en referencia.          


miércoles, 5 de agosto de 2015

Puerto La Cruz en Cara y Sello


Con la llegada de las empresas petroleras a Puerto La Cruz  se atraviesan nuevas historias que traen aparejados nuevos paradigmas en el comportamiento de la población. Una refinería enclavada en el corazón de la ciudad, empujando cambios que se suceden  con la llegada de actividades mercantiles relativas  al consumo de alimentos y bebidas, artículos del hogar para la limpieza, detergentes para lavar, cosméticos, papel sanitario y utensilios de uso corriente, como consecuencia de la atracción que significaba una actividad altamente rentable, generadora de una considerable cantidad de empleos relativamente bien remunerados. Es decir: comienza a abrirse paso el consumismo.
Sumado a ello se presenta  el hecho de que algunos de los dueños de las petroleras también lo eran de empresas comercializadoras de bienes de múltiples usos. Tal es el caso del ciudadano norteamericano Nelson Rockefeller, que además de ser propietario y/o accionista copropietario de varias de las factorías, también lo era de las empresas CADA y SEARS ROBUCK. Empresas que durante el decenio de los cincuenta, del siglo pasado, aparecen en la escena puertocruzana.
Y así como entran por vía de la alimentación, o por la necesidad de atender soluciones a diversas situaciones de la vida diaria, como el vestido, comienzan a surgir nuevas palabras, nuevas maneras de decir, nuevos nombres, que a su vez transforman la visión del mundo que concebimos: Ovomaltina, Sopas Maggie, Interiores Jockie, Hojillas Gillete, Colonia Mennen, Jabón de Reuter, Toddy, Crema dental pepsodent y Colgate, Brillantina Palmolive, detergente Fab, Lucky Stryke, Philips Morris, Camel, cafenol, conmel, flit, avena quaker, leche klim, Billcream, Pañales Curyti, Jean Marie Farina, Alka Seltzer, Harina Gold Medal, Mantequilla Brum, Marlboro, Zapatos US Keds, Selecciones del Readers Digest, Chocolates Savoy, Caramelos La Suiza, Fruna, Kool Aid, Patines Winchester, Condones Sultán, Chevrolet, Ford, Good Year, Firestone…
   
Pero antes que la llegada del petróleo, el contrabando siempre fue una actividad que se practicaba desde nuestras etnias originarias hasta el más insignificante mestizo de nuestras costas. Los margariteños siempre se destacaron en estos quehaceres. Y por supuesto que esta actividad creció como crecía el consumo derivado de aquellos nuevos paradigmas. Tanto que nuestro hablar también fue sufriendo mutaciones. Ejemplos sobran de cómo decíamos en el diario hablar: pantalón de caqui y un tiempo después pantalón Ruxton, pantalón de guayacán y ahora  bluyin,  la colcha y ahora la sábana, la cama por el catre, camisón antes y ahora vestido, la cota antes y ahora la blusa, boliche y ahora perinola, chiquichiqui y ahora picazón, remo por canalete, botas por guachicones.
Muy común usar zapatos comprados en la calle Buenos Aires a los Carupaneros o Maqueros. Y un buen día apareció zapatería Spada, y otras más… y otra,  y nuestros zapateros desaparecieron.
Pasaron pocos años y los puertocruzanos comenzamos a ver nuevos negocios, nuevos servicios, que atraían a la población de acuerdo con la circunstancia que se le presentara: quién no alzaba el cuello orgulloso cuando visitaba, acompañado de una muchacha, la Heladería Alaska en la calle Libertad, a comerse una barquilla; o ir a hasta la plaza de Chuparín y deleitarse un Melody´s –donde frecuentaba Sorfany Alfonso—, o caminar hasta El Cubanito y brindar un sanguche submarino. O caminar muy orondo, una noche de domingo, el paseo Colón desde la plaza hasta la intersección con la calle Anzoátegui –que era donde terminaba—y regresarse para después volver, pelearse con los turcos, o los italianos y españoles, por los bancos para sentarse, comerse unas cotufas, o llamar al vendedor de maní tostado; brindar una cotufa elaborada por un italiano… lanzar aquellas críticas a los baisanos porque dejaban montones de desperdicios de semillas de ahuyama y cáscaras de pistacho. Aún son frescas las imágenes de cómo nuestra población se esmeraba en mostrar sus mejoras ropas para ir caminar por el lugar más agradable y emblemático de la ciudad.
Y la vida fue cambiando, claramente, altas velocidades, y las marcas  continuaron expandiendo su cerco: Caramelos La Suiza, PepsiCola, Kolita Dumbo, Grapette, Chicha A-1, Cuaderno Caribe, Fortuna, Viceroy, Lido, Pino Silvestre, Fisher Price, Chocolates Savoy, Lápiz Mongol, Creyones Prismacolor, Guante de Beisbol Wilson, Guante de Beisbol Spalding, Goma de Borrar Eagle, Las Reglas de Madera, Escuadras de Plástico, Libro Silabario, Libro Coquito, Vino Sansón, Vino Sangre de Toro, Zapatos Walkover. Y por fortuna, por legitimidad, aparecían nuestros emblemas locales como: Joyería La Confianza, Pan Sango (creado por nuestros chinos) Quincallería Japonesa: Sakae Watay, Mueblería la Florida (nuestros árabes), Fornos, La Coromoto, La Guaricha, Materiales Díaz, La Marquesina, Pilón Meneses, Pilón de los Romero, Mercado Compensador…etc.
En aquellos tiempos cuando  una familia seleccionaba un padrino y madrina de bautizo, para el último niño nacido en aquel hogar, se acostumbraba enviar invitaciones  para la celebración, con tarjetas en papel cebolla, un texto bien sobrio y una mariquita incrustada en su cuerpo.

Nos queda reflexionar alrededor de estos cambios, su sentido, cuánto hemos perdido o ganado, si es que podemos valorarlos de esa manera. Deberíamos recoger la expresión de José Roberto Duque cuando expreso lo siguiente: Nos separaron del país que estábamos a punto de ser, y empujarnos a la imitación forzosa de un país industrial, urbano y cosmopolita que nunca seremos.  


domingo, 12 de julio de 2015

LA CEIBA DE LA CALLE BOYACÁ

  La calle Boyacá nació desde la Playa Vieja  –llamado desde 2011 Paseo de La Cruz y el Mar  y anteriormente Paseo Colón— hacia  la calle La Lajita que así se llamó la actual calle Bolívar. Junto  con La Marina y San Miguel conforma el trío de Calles más cortas en el casco de la ciudad, siendo la última de las nombradas la que encabeza la menor distancia.
  
Pero la calle Boyacá tiene la particularidad de tener a su costado izquierdo una inmensa y frondosa Ceiba que sombrea buena parte de su extensión y sus ramas se extienden atravesándola a lo ancho tocando sutilmente las paredes del edificio Turimiquire.  Ese grandioso árbol ha sido testigo de los cambios suscitados en un lugar tan emblemático como lo es todo lo que esté frente a la hermosa bahía de Pozuelos.

Cabe recordar que nuestros ancestros indígenas prehispánicos tenían a la Ceiba como un árbol sagrado. Según este concepto la Ceiba, o Yaaxché en lengua de los Maya, los tres planos con que se estructura el universo se comunican a través de la Ceiba sagrada. Y siguiendo con las creencias de los Maya, son las ramas de este árbol las que permiten la apertura hacia los cielos. Razones que tenían esta genial etnia americana para sembrarlos siempre en las plazas de sus ciudades.

Esa Ceiba, de la cual todos los puertocruzanos debemos enorgullecernos, creció allí porque fue sembrada  por una mujer nativa cuando aún  los arenales de la playa se acumulaban al lado sur y a todo su largo. Apenas detenidos por los pocos mangles que quedaban, sin embargo se formaban aquellos aluviones en los meses de la cuaresma hasta que fuesen removidos por los celadores que siempre nombraba el presidente del estado para esa zona en especial.  Y esa mujer que un buen día del mes de abril de 1924 sacó desde su casa, en las cercanías de la que hoy es la Iglesia de la Santa Cruz,  aquel pequeño árbol de Ceiba  sembrada en una lata  y la llevó hasta el mismo lugar donde está hoy erigida con la fortaleza y majestuosidad que muestra  a propios y extraños.

La dama en cuestión, que tomó la iniciativa de sembrarla, tal vez nunca llegó a pensar en el significado estético e histórico que pudiera llegar a tener su gesto. Doña Emilia Hernández de Gil, que así se llama nuestro personaje, trasplantó  aquel solitario arbolito que encontró un buen día en los alrededores del cerro El Vigía y trasplantó para una perola de latón. Hasta que la llevó al mencionado sitio.

Nacida un 28 de mayo de 1912, doña Emilia se muestra orgullosa, a sus recién cumplidos 100 años de edad, de tener un hijo como ese árbol de Ceiba que se muestra como un  monarca bienhechor, sin más riqueza que la admiración de la ciudad y sin más autoridad que el acto ético cumplido por una mujer que debe gozar del respeto y la admiración de todos los habitantes de nuestro querido terruño.

Mientras que a sus noventa y un años (91) cumplidos, la Ceiba de la calle Boyacá –nombre que me permito darle por su condición de héroe sobreviviente de una guerra depredadora declarada—  se erige por encima de falsos urbanizadores, especuladores de bienes raíces y mercachifles del negocio, que acompañan al hombre. Su noble aterramiento sigue allí en un terreno de propiedad municipal, que desde que dejo de ser un lavadero de vehículos ha pasado a estacionamiento que favorece a un negocio aledaño.

Desde nuestra humilde condición de Cronista Oficial del municipio Juan Antonio Sotillo, nos permitimos pedir a toda la ciudadanía consciente de Puerto La Cruz para que el área en la cual se encuentra este monumento natural, aproximadamente unos 1000 mts cuadrados, sea transformada en Plaza Municipal “Emilia Hernández de Gil” como homenaje a un personaje que espontáneamente cumplió con un acto de dimensión histórica como el de haber sembrado un símbolo de nuestro herbolario y haber permanecido durante ochenta y ocho años, pese a las vicisitudes y adversidades muy propias de esta mal llamada modernidad. Nuestra personaje centenario a la edad que tiene, sumaría a su recta conducta y fructífera vida que ha llevado durante tantos años, el gesto de un pueblo que desde hace mucho no rinde tributo a sus mejores ciudadanos.   

Pero la calle Boyacá tiene la particularidad de tener a su costado izquierdo una inmensa y frondosa Ceiba que sombrea buena parte de su extensión y sus ramas se extienden atravesándola a lo ancho tocando sutilmente las paredes del edificio Turimiquire.  Ese grandioso árbol ha sido testigo de los cambios suscitados en un lugar tan emblemático como lo es todo lo que esté frente a la hermosa bahía de Pozuelos.

Cabe recordar que nuestros ancestros indígenas prehispánicos tenían a la Ceiba como un árbol sagrado. Según este concepto la Ceiba, o Yaaxché en lengua de los Maya, los tres planos con que se estructura el universo se comunican a través de la Ceiba sagrada. Y siguiendo con las creencias de los Maya, son las ramas de este árbol las que permiten la apertura hacia los cielos. Razones que tenían esta genial etnia americana para sembrarlos siempre en las plazas de sus ciudades.

Esa Ceiba, de la cual todos los puertocruzanos debemos enorgullecernos, creció allí porque fue sembrada  por una mujer nativa cuando aún  los arenales de la playa se acumulaban al lado sur y a todo su largo. Apenas detenidos por los pocos mangles que quedaban, sin embargo se formaban aquellos aluviones en los meses de la cuaresma hasta que fuesen removidos por los celadores que siempre nombraba el presidente del estado para esa zona en especial.  Y esa mujer que un buen día del mes de abril de 1924 sacó desde su casa, en las cercanías de la que hoy es la Iglesia de la Santa Cruz,  aquel pequeño árbol de Ceiba  sembrada en una lata  y la llevó hasta el mismo lugar donde está hoy erigida con la fortaleza y majestuosidad que muestra  a propios y extraños.

La dama en cuestión, que tomó la iniciativa de sembrarla, tal vez nunca llegó a pensar en el significado estético e histórico que pudiera llegar a tener su gesto. Doña Emilia Hernández de Gil, que así se llama nuestro personaje, trasplantó  aquel solitario arbolito que encontró un buen día en los alrededores del cerro El Vigía y trasplantó para una perola de latón. Hasta que la llevó al mencionado sitio.

Nacida un 28 de mayo de 1912, doña Emilia se muestra orgullosa, a sus recién cumplidos 100 años de edad, de tener un hijo como ese árbol de Ceiba que se muestra como un  monarca bienhechor, sin más riqueza que la admiración de la ciudad y sin más autoridad que el acto ético cumplido por una mujer que debe gozar del respeto y la admiración de todos los habitantes de nuestro querido terruño.

Mientras que a sus noventa y un años (91) cumplidos, la Ceiba de la calle Boyacá –nombre que me permito darle por su condición de héroe sobreviviente de una guerra depredadora declarada—  se erige por encima de falsos urbanizadores, especuladores de bienes raíces y mercachifles del negocio, que acompañan al hombre. Su noble aterramiento sigue allí en un terreno de propiedad municipal, que desde que dejo de ser un lavadero de vehículos ha pasado a estacionamiento que favorece a un negocio aledaño.

Desde nuestra condición de Cronista Oficial del municipio Juan Antonio Sotillo, nos permitimos pedir a toda la ciudadanía consciente de Puerto La Cruz para que el área en la cual se encuentra este monumento natural, aproximadamente unos 1000 mts cuadrados, sea transformada en Plaza Municipal “Emilia Hernández de Gil” como homenaje a un personaje que espontáneamente cumplió con un acto de dimensión histórica como el de haber sembrado un símbolo de nuestro herbolario y haber permanecido durante ochenta y ocho años, pese a las vicisitudes y adversidades muy propias de esta mal llamada modernidad. Nuestra personaje centenario a la edad que tiene, sumaría a su recta conducta y fructífera vida que ha llevado durante tantos años, el gesto de un pueblo que desde hace mucho no rinde tributo a sus mejores ciudadanos. 
   


LA TORTURA Y EL HUMOR

LA TORTURA Y EL HUMOR

Aquella noche de marzo de 1961 se mostraba tan tranquila y desolada, que ninguno de aquellos tres militantes de la juventud comunista recordó la necesidad de fortalecer la seguridad, tan necesaria en estos casos. Salieron a cumplir una tarea muy convencional en aquella época, como era la colocación de volantes en lugares estratégicos que luego se esparcirían por la acción de otro militante, que actuaría al amanecer. Recorrieron varias calles de Puerto La Cruz desde las 7:oo pm hasta aproximadamente la 1:oo de la madrugada. Debían cuidarse del asedio de la policía política, la Digepol, del gobierno adeco. Cuando sentían el ruido de un vehículo tenían que esconder el paquete contentivo de volantes. Una vez que  concluyeron la tarea respiraron profundo y sin tensiones emprendieron su caminata desde la calle El Guamache en retorna al barrio Los Yaques. Pero algo inesperado los esperaba en la esquina de la calle Anzoátegui con la Bolívar. Ellos, que bajaban por la primera se percatan que en aquella esquina hay un vehículo en el mero centro de la intersección, varios individuos lo rodean. Antonio Pérez, Luis Eduardo Notaro y José Itamar Rondón Freites, este último conocido por sus allegados como el Conejo, detienen gradualmente el paso, y al unísono se voltean para pegar la carrera hacia atrás. Sin embargo, se dan cuenta que otro vehículo, y varios hombres en su interior, bajan aceleradamente desde la avenida 5 de julio. En lo adelante no opusieron resistencia y fueron llevados hasta la sede del cuerpo policial en Barcelona.
Nunca les dijeron porque los detenían; la acusación más reiterativa fue “¡ustedes son comunistas!”, “¿dónde está el chico?”, “¿dónde esconden las armas?”… etc.  Fueron llevados con los ojos vendados hasta un cuarto húmedo y pestilente, amarradas sus manos y atados a un travesaño de madera con un poco más de dos metros de altura. Los pies apoyados sobre un rin de vehículo. Allí los mantuvieron por muchas horas, hasta que vinieron dos hombres a interrogarlos. Perdieron la noción del tiempo. Los golpearon sin lograr que alguno de ellos dijeran algo que les sirviera a la Digepol.
Pasaba el tiempo sin que tuvieran noción de cuánto había transcurrido, y Nottaro, exhausto, al igual que sus otros camaradas, pregunta a Antonio: ¿Qué hora será Antonio? A lo que el Conejo, adelantándose, le responde: ¿Qué..?  ¿Vas pa´l cine?    
  




martes, 7 de julio de 2015

ANIMA DEL UVERO

En una diminuta capilla ubicada en las orillas del Neverí, en el sitio de “Los Mangos”, los pobladores de Curaguaro, Cambural, Carraspozo y otros caseríos aledaños, rinden tributo al “Ánima del Uvero”.
Cuenta la señora Trina Maita que hace unos cuantos años se ahogó una niña en un caserío llamado Pardillar, ubicado en las serranías del Turimiquire, y a los cuatro días ella la encontró a la “pata” de un uvero, en el mismo sitio donde se le hizo su capilla, y cuál fue su sorpresa que “aquella niña estaba intacta, paradita, sanita como si nada la hubiese tocado”.
Allí, en el mismo lugar, fue enterrada, y los pobladores del lugar le rinden tributo a la niña, dándole el nombre de Ánima del Uvero, en razón de sus poderes milagrosos.
Muchas personas dan sus testimonios que le han pedido por su salud, le rezan para que su alma de virgen perdure en la paz, y ella en retribución le ha dado indicaciones en sus sueños para mejorar su salud.

También están los que piden por que el invierno traiga la prosperidad en las cosechas y para que el rio siga siendo una fuente de vida y un medio de producción y resultados positivos en sus faenas.   

(Del libro inédito: Puerto La Cruz, de un lugar a otro)



PUERTO LLENO DE HISTORIAS


En 1866, el pequeño caserío de pescadores llamado La Cruz viene creciendo, hasta que en ese año es estructurado como parroquia civil con el nombre de Puerto de La Cruz.
Según el primer censo de 1875, realizado bajo el gobierno de Guzmán Blanco, para esa época tenía 428 habitantes “muy mestizados”. La actividad económica  más importante era la pesca artesanal y el corte de madera. Existía una empresa de chinchorros, de pesca, en el litoral, cuyos propietarios eran los Monagas.
En 1881 se cuentan 598 habitantes y se estima que ese crecimiento es estimulado por el cultivo del coco que para mediados de 1870 comienza a industrializarse en la región. El cultivo de este fruto fue considerado, por sus promotores, como elemento de riqueza. En esos años se desarrollaron grandes cocales en los valles situados al este de la capital Barcelona, a orillas del mar, más extensos en el pueblo de Guanta, a orillas del mar. Es exportado a los Estados Unidos y se llevan grandes cantidades para Cumaná, donde es extraído el aceite.
Con la Constitución del año 1881 se crea el departamento Gregoriano, constituido por las parroquias siguientes: San Cristóbal y el Carmen en la capital Barcelona; Pozuelos, Puerto de la Cruz, San Diego, Araguita, Bergantín, Curataquiche, San Bernardino, Caigua y el Pilar; que en conjunto suman 19.958 habitantes.
Al momento de describir las parroquias (solo nos referiremos a Pozuelos y Puerto de la Cruz) se decía lo siguiente:
Pozuelos: parroquia civil y ecleciastica con un buen templo parroquial que acaba de construirse. Tiene 526 habitantes, en su mayor parte indígenas, dedicados a la agricultura menor y al corte de maderas. De todo carece la principal población. Corresponde a su jurisdicción el pingue valle de Guanta, en donde hay grandes haciendas de coco, entre las cuales se halla el valioso establecimiento del señor Santos D´Aubeterre, con máquina para extraer el aceite de aquel fruto, peinar la fibra de su corteza,…etc. este valle es uno de los más ricos y productivos del Departamento, y de los bosques de la parroquia se extraen riquísimas maderas de construcción y tintóreas.
Puerto de la Cruz: parroquia civil de erección reciente, que depende en lo eclesiástico de la parroquia de Pozuelos. Cuenta con 428 habitantes de raza mixta, la mayor parte dedicados a la pesca y corte de maderas. No tiene de notable  sino una escuela particular de varones. Tiene los empleados civiles que la ley acuerda a las parroquias, a saber: un jefe civil y un suplente, y un juez de parroquia.
En el mismo cuadro estadístico se expresa lo siguiente:
  Distrito               Habitantes                   Temperatura                            Ubicación
Pozuelos                 526                          Cálido y sano                      En un cerrito a la orilla del                                                                                                                                        mar, del cual dista una legua                                                                                                       
               Puerto de la Cruz    428                          Cálido y sano                     Al norte de Pozuelos
Estación de lluvias: principia el invierno a finales de mayo y continúa hasta octubre; vuelve a llover en noviembre hasta diciembre.
Con esta estampa queda dibujado aquel pequeño caserío y sus inicios en el siglo XIX. Que con el boom petrolero se aligera su crecimiento, con una migración de regiones aledañas y remotas, donde florece  un nuevo conglomerado, que se impregna de nuevos actores con la migración europea y asiática. Sin duda una ciudad llena de historias contrastantes, que florecen sobre la piel del puertocruzano, cada día más esclarecedora de nuestra identidad.

Luis E. García

Cronista Oficial del Municipio Juan Antonio Sotillo.


PUERTO LA CRUZ Y LA FORMACIÓN DE LAS PLAZAS



PUERTO LA CRUZ Y LA FORMACIÓN DE LAS PLAZAS

En la medida que Puerto La Cruz se va estructurando como pueblo, van apareciendo formas urbanísticas que rompen con conceptos tradicionales de lo que se considera ciudad. Es el caso de la aparición de las plazas. El concepto aprendido de España, fue el de la Plaza Mayor, alrededor de la cual se instalaba la iglesia y la sede administrativa del gobierno. Si hacemos un recorrido por el país notaremos que la mayoría de nuestras ciudades y pueblos están estructurados bajo este concepto.
En el caso de Puerto La Cruz, reiteramos, ocurrió que las plazas fueron surgiendo, tal vez, por la necesidad primaria de tener lugares de encuentro donde compartir actividades propias de las comunidades.
La primera vez que aparece una plaza en Puerto La Cruz, ocurrió en el lugar denominado Playa Vieja, donde se hacían los oficios religiosos en una pequeña capilla, a orillas del mar, en la actual esquina de las calles Monagas y Ricaurte. En el mismo lugar donde tenían casas de “atemperar” las familias Monagas y Rolando, que gozaban del respeto y reconocimiento de los ciudadanos de la época. Fue el mismo sitio donde fueron instalándose familias de origen corso, como los Espino, Schaffino, Addler, Notaro, Carreyó y Rafetti, con asentamiento principal en Barcelona.
Durante el año 1923, en el gobierno de Juan Vicente Gómez, siendo presidente del estado el general Silverio González, fue denominada como Plaza Monagas. Posteriormente, durante la década de los años cincuenta, fue remodelada y se le coloco un busto del General José Tadeo Monagas.
Era el mes de octubre del año 1935, cuando el Presidente venezolano Juan Vicente Gómez designa como Presidente del Estado Anzoátegui al General José R. Dávila.
Este militar andino hace un recorrido por varias localidades del estado, entre ellas Puerto de la Cruz. Al llegar a la playa queda gratamente impresionado por la belleza de la bahía, y conoció además de las propiedades curativas que se le atribuyen a sus aguas. Al llegar al sitio denominado como Aldea de Pescadores, al extremo este de la playa –en donde actualmente se erige la Cruz— se detiene pensativo  y mirando sus alrededores comenta que en aquel lugar se merece construir una obra de ornato que exalte la belleza natural del lugar. Fue así como este militar, presidente del Estado Anzoátegui en aquella época, ordenó la asignación de recursos para que se construyera en el sitio una plataforma “macadamizada por el sistema de concreto”, de un diámetro de 10 metros, en forma octogonal.
Él mismo bautizó la obra con el nombre de “Parque Colón”. A tales propósitos fue emitido el decreto N° 53 del 13 de diciembre de 1935, que entre sus considerandos decía, entre otras cosas, lo siguiente: “Que siempre mi gobierno, inspirado en las últimas finalidades del progreso que involucra para el país, la Gran Causa de la Rehabilitación Nacional, de la cual es su único jefe el Benemérito Juan Vicente Gómez,  Presidente de la República, fomenta con el mayor interés las obras de ornato y embellecimiento público de las poblaciones, a fin de que ellas respondan gallardamente a los modernos sistemas de la arquitectura y el arte”.
Pasan los años y el 23 de noviembre de 1953, siendo gobernador del estado el doctor Manuel José Arreaza, ordena la reformulación del llamado Parque Colón y la erección de una estatua de Cristobal Colón, con un nuevo nombre para el sitio: Plaza Colón.
En los comienzos del siglo veinte existió un solar en la esquina de las calles Bolívar y Juncal, que se utilizaba como estadio de beisból y se le daba el nombre de Plazoleta. Contiguo a este, estaba el Pozo de Zinc, primer  manantial  surtidor de agua de los pobladores del Puerto de La Cruz, pero que a la fecha se había contaminado y por tanto clausurado. A los lados, por la calle Juncal, existían varios establecimientos comerciales y la Oficina de Telégrafos, mientras que hacia la calle Libertad funcionaba el mercado Municipal.
Fue precisamente en este sitio donde inicialmente nació La Plaza Sucre, en homenaje al Gran Mariscal Antonio José de Sucre, develándose un busto del citado patriota de la gesta independentista. Al parecer las condiciones precarias, producto del deterioro causado por las lluvias y las grandes ventoleras, en aquel lugar donde reinaba el lodo y el polvo, fueron creando condiciones que al final los habitantes fueron ignorando.
Pasaron varios años hasta que en 1942 el gobernador del estado, general Manuel Tiberio Arreaza, presenta un plan de “Fomento Urbano”, donde plantea la necesidad, entre otras obras de importancia, la construcción de la plaza Simón Bolívar y la erección de una estatua del Libertador. Y entre las obras hechas por este gobernador, fue la “petrolización” de las calles alrededor de la plaza, pero se perdió en razón del excesivo invierno durante ese año.
Hasta que en los inicios del año 1953, por decreto del gobernador Manuel José Arreaza, se ordena la construcción de la Plaza Bolívar y una estatua ecuestre de Simón Bolívar. Y el 2 de diciembre de 1956 se lleva afecto el acto protocolar de inauguración del citado espacio. La estatua erigida en el centro de la plaza es una réplica del monumento que se encuentra en la plaza Bolívar de la ciudad capital de Venezuela.

Es el mismo gobernador Manuel José Arreaza que en decreto N° 50 del 05 de julio de 1954 decreta la construcción de la plaza General Santiago Mariño y la avenida con el mismo nombre. La Plaza se inauguró el día 03 de diciembre de 1954 y no sabemos de lo que fue la avenida con ese nombre. Al parecer el gobernador al expresar su alegría por la obra realizada, en el acto protocolar, se refirió al “Libertador de Oriente” para enaltecer el nombre de Santiago Mariño. Ese mismo día, pero en horas del mediodía, Manuel José Arreaza inaugura el empalme de la Calle Sucre con la avenida Colón.



jueves, 18 de junio de 2015

Quién fue Juan Ántonio Sotillo


Municipio Juan Antonio Sotillo

El epónimo que lleva el municipio cuya capital es Puerto La Cruz, está referido al valiente, arrojado y prestigioso  prócer de la independencia y caudillo federalista Juan Antonio Sotillo, nacido en Santa Ana en el mes de abril del año 1790, mismo lugar en que murió en junio de 1874. Muchos pobladores de este municipio desconocen la figura y su importancia, en términos de la historia regional y nacional, del hombre que fue Juan Antonio Sotillo y su rol en la guerra de independencia, librada por los venezolanos contra el yugo español y después en la guerra federal, signada por la lucha contra el feudalismo. Valorar si fue acertado o equivocado haber denominado así  lo que en primer lugar fue Distrito, por aquellos diputados, a quienes correspondió legitimar la decisión modificando la ley político-territorial del estado, no es el objeto que nos hemos trazado con la escritura de estas líneas. Sin embargo queremos expresar nuestra preocupación por el poco empeño puesto en la divulgación de la personalidad y el conocimiento de este hombre que da su nombre al municipio. Preocupación pertinente, reforzada además por la escasa enseñanza de nuestra historia local, tanto desde la educación formal como desde la edición de textos de diferentes formatos que permitan ese conocimiento.
Algunos confunden la personalidad del guerrero Juan  Antonio Sotillo con la del insigne educador Antonio José Sotillo, amigo cercano del general Isaías Medina Angarita; catedrático de Castellano y Literatura en varios liceos de Caracas; ejemplo de rectitud y laboriosidad, que fue confinado al pueblo de San José de Unare  por la dictadura de Gómez, como castigo por ser opositor ; padre del poeta Pedro Sotillo; contemporáneo de ilustres como Rómulo Gallegos, José Rafael Pocaterra y Augusto Mijares ; y que da su nombre al grupo escolar situado en la avenida municipal de Puerto La Cruz.
Incluso he comprobado que también se confunden con el médico Antonio José Sotillo, creador de la primera escuela de medicina del oriente fundada en Cumaná en 1850. Necesario es señalar que si bien Juan Antonio Sotillo no nació en Puerto La Cruz, y que no se conoce algún acontecimiento que lo relacione directamente con nuestro terruño, este prócer posee méritos suficientes para que quienes tenemos fijada nuestra vivienda aquí, se sientan honrados de llevar su nombre.
Y para que conozcamos un poco más de la personalidad de este insigne general del ejercito libertador me permito presentar una corta semblanza del hombre que fue. 
     
Fue uno de los nueve hijos de los legítimos esposos Pedro Sotillo y Bárbara Pérez. Entre los pobladores de Santa Ana les decían “padre de los Macabeos”, queriendo decir con esto que todos sus hijos fueron luchadores y mártires de la causa patriótica. Fue casado con Encarnación Páez, de cuya unión nacieron Miguel, José, Juan Antonio, Calixta, María, María del Rosario, Juana y Eladia. Sólo sus dos primeros hijos tuvieron la oportunidad de tener estudios adecuados, siendo el primero de ellos abogado y médico el segundo; seguramente las circunstancias vividas por esta familia impidieron que los otros hijos lo hicieran.
Juan Antonio Sotillo comenzó muy joven su carrera militar cuando se alistó en el escuadrón Santana formado por el General José Tadeo Monagas, a cuyas ordenes concurrió y participó en acciones importantes, iniciándose en 1813 en las primeras batallas libradas en Maturín. En 1814 participa en las batallas de Bocaduca, El Arao, Segunda Puerta, Aragua de Barcelona, Urica, Riveras del Orinoco, El Alacrán y El Juncal, Angostura, El Sombrero, La Cabrera, el Samán y Ortiz. Perteneció al grupo militar que facilitó las hazañas de José Tadeo Monagas en unión de Cedeño en 1815.
Prestó servicios en la causa independentista hasta el año 1824, fue comandante de Armas de la Provincia de Barcelona en 1833 y jefe militar de la provincia de Apure en 1849.      
En 1817 estando Simón Bolívar en Barcelona preparando su campaña de Angostura, dio órdenes de buscar un soldado que fuese capaz de practicar con éxito un espionaje a gran distancia, a fin de saber si algún movimiento de tropas realistas se operaba en esa dirección. Monagas recomienda a Sotillo, quien prometió al Libertador no sólo dar con esa marcha de españoles, si la había, sino también que dejaría fuera de combate al jefe que los mandara. Sotillo salió en efecto acompañado de unos pocos hombres de sus más intrépidos compatriotas, con caballos escogidos de remonta. Salieron buscando la ruta hacia Angostura atravesando por las Margaritas del Llano. Al llegar a las cercanías de El Chaparro uno de sus hombres husmea y comprueba la presencia de una tropa española que acampaba  en el lugar ese día. Sotillo y sus hombres merodean el sitio con mucha precaución; un indio les proporciona más información que les permite preparar su estratagema. Aquella tropa española era comandada por el realista La Torre, que avanzaba por el Guárico, destinada por Morillo desde el Apure, a proteger la provincia de Guayana. Sotillo acuerda con sus hombres entrar en la divisa española, y para ello deciden esconder los caballos cerca, desensillados. Caminan a la derecha para caer al camino por el que se llega de Zaraza a El Chaparro, simulando procedencia de Guárico. Al llegar a los predios del pueblo y toparse con los soldados españoles de avanzada, contestan al “¿Quién vive?” con la frase “oficios de Calabozo”. Así, el grupo encabezado por Sotillo llegan hasta la presencia del jefe realista que estaba en la plaza rodeado de su estado mayor en disposición de marcha. Sotillo se presenta ante el jefe realista y mientras distrae a todos desenvolviendo una pañoleta, simulando contener papeles oficiales que entregar, se lanza sorpresivamente sobre La Torre con la intención de lanzearlo. El español que era muy diestro en el manejo de las riendas escapa haciendo saltar a tiempo el ágil caballo que montaba. En medio de la sorpresa , la confusión y los gritos de alarma, Sotillo y sus hombres arrancan en carrera hacia la salida para Barcelona, pero antes echan mano de un joven lugarteniente que estuvo a su alcance y atravesando el cuerpo de este al suyo, y amarrando con sus manos el cuello del mozo. Salieron gritando “¡Cójanlos!”, como si fuesen ellos detrás de los asaltantes, con cual treta despistaban a los soldados españoles que acudían y que luego se retiraban dejando la persecución a los supuestos primeros perseguidores.     
 Ocurrido este acontecimiento, ideado previamente, Sotillo llega a Barcelona con aquel mozo de apellido Villanueva, lo entrega al Libertador para que lo interrogue no sin antes excusarse por no haber cumplido su promesa de aniquilar al caudillo realista.
Este acto heroico de Sotillo es una muestra de cómo los hijos de esta tierra poseían una elevada moral, que en medio de grandes peligros eran capaces de arriesgar su vida por la patria.
No abundan datos precisos de los ascensos de Sotillo, pero los cierto es que después de la batalla de El Juncal en 1816, continua participando en las luchas de la emancipación casi siempre en el oriente del país bajo las ordenes de José Tadeo Monagas y en 1824 alcanza el grado de General. Su educación fue la de los campamentos, pero se distinguió como el llanero con un alto sentido practico de la vida con una agudeza e ingenio que dieron paso a tantas anécdotas de cada caso. Fue sin duda el más esforzado teniente del General José Tadeo Monagas, tanto en la guerra de independencia y después durante la federación.
En 1830 lo acompaña en la pacificación de algunos poblados que insistian en proclamar la integridad de la Gran Colombia. En 1831 el mismisimo José Tadeo Monagas encabeza una revuelta donde proclamaba la integridad de Colombia resentido por la desaprobación del tratado de Unare y por la abolición del fuero militar, aprobado por la constituyente.  Monagas designa a Sotillo para que reforzara y apoyara a Heres que encabezaba la insurrección hasta que se firmó el tratado entre Monagas y Páez en Valle de la Pascua. En 1835 se le vio al lado de Monagas en el movimiento llamado “Revolución de las reformas” que terminó gracias al tratado con Páez en el sitio Pirital del Roble. La lealtad de Sotillo con José Tadeo Monagas era de tal magnitud que cuando este se preparaba para trasladarse a Caracas para encargarse de la presidencia de la República, llego a Santa Ana una hoja suelta suscrita por Cecilio Acosta en la cual invocaba con fervor a Páez para que volara a Caracas; y a sabiendas Sotillo que Monagas no se sometería a ejecutar su mando junto con los oligarcas –que en su concepto era para eso que llamaban a Páez por boca de Cecilio Acosta—se traslado a Barcelona con el propósito de acompañar a Monagas en previsión de los posibles hechos que pudieran presentarse.
El documento que provocó la reacción de Sotillo tubo su origen cuando Monagas se hace partidario de indultar para salvar las vidas de algunos procesados por conspiración. De este modo se inicia Monagas con una medida civilizadora aboliendo la pena de muerte por delitos políticos. No se conocen de la influencia que pudo ejercer Sotillo en esta postura de Monagas, pero de seguro que su opinión al respecto por lo menos fue escuchada.
Cuando se produce el rompimiento de Monagas con los conservadores, Sotillo permanece al lado de aquel en los dos intentos de Páez en su contra, con el resultado de que el centauro, el de las grandes proezas en la guerra de la independencia, se ve rechazado por el pueblo hasta el punto de ser considerado un embarque. Así fue reseñado por por un oligarca muy respetado como Juan Vicente González, quien escribió lo siguiente: “le temió cobarde Páez a Monagas; le imploró cautivo, y espero a que lo derrocasen los fuertes para sucederle”. La expresión “los fuertes” era una alusión a los Conservadores y Liberales de la revolución contra Monagas de 1838. 
Y para reforzar la comprensión de la estirpe de este valiente vamos a contar una anécdota de su madre, bien reveladora del valor y la templanza del vientre que engendró a Juan Antonio Sotillo:  Cuando se inició el movimiento emancipatorio, Juan Antonio Sotillo junto con sus hermanos Miguel y José Antonio, abandona la tranquilidad del hogar y se despide de sus padres. Se suman a las filas patriotas organizadas por el coronel José Tadeo Monagas. Juan Antonio y sus hermanos se entregan de cuerpo y alma a la revolución con el propósito de sacar de nuestra tierra el despotismo encarnado en el imperio español.
La madre de los Sotillo, Doña Bárbara, siempre desplegaba sus sentimientos de amor por la patria y en especial no perdía oportunidad de resaltar la causa abrazada por sus hijos, mostrando su convencimiento republicano. Entre sus amistades más cercanas les decía “yo todos los días al levantarme en la mañana, después que me persigno en nombre de Dios, también lo hago en el nombre de la patria” , y en efecto para alegría de todos, doña Bárbara les hacia una demostración de la oración que pronunciaba.
Cuando Boves entró a Santa Ana, no faltó quien le informara que allí habitaba la mamá de Sotillo, y que ella, tan insurgente como sus hijos, se persignaba como si no fuera cristiana. Al acto, Boves encomendó una escolta en busca de Doña Barbara. La anciana mostrando majestad y valor ante el caudillo le dice
        –  Estoy a su mandar general
—    ¿es usted la madre de los Sotillo?—preguntó el asturiano
—    Si señor
—Y dónde están los hijos
—están con el coronel José Tadeo Monagas, peleando por la patria
—Bueno, ahora quiero que se persigne de la manera que usted lo hace, no como cristiana sino como patriota
—señor voy a complacerlo—dice la valerosa anciana y poniéndose de rodillas expresa con la señal de la cruz: en el nombre de la patria; libranos Bolívar de los españoles; en el nombre de la libertad y con la ayuda de Juan Bautista Arismendi, José Tadeo Monagas y José Antonio Páez; Amén. 

El feroz asturiano, con su característica sangre fría, saco su espada, y estando ella aún de rodillas, le tomó la mano derecha y se la cortó de un tajo diciéndole:

—¡Eso es para que también se persigne por Boves!      


PUERTO LA CRUZ, DE UN LUGAR A OTRO

 ALDEA DE PESCADORES
Sitio ubicado en la playa a la altura de lo que posteriormente se llamó Plaza Colón, donde todos los pescadores al terminar su faena comerciaban la captura ofreciéndolo a todo el que se acercaba a comprar.

Allí se podía encontrar las famosas “mareadoras”, que eran mujeres que venían con sus maras a obtener el producto para su reventa, pero una vez que tenían el pescado en el interior las introducían dentro del agua para refrescar las especies. Luego de la compra estas mujeres salían a vender marchándose por la orilla y con la mara encima de un rollo de tela en la cabeza, recorrían grandes distancias cumpliendo sus cometidos.

En este sitio hacía acto de presencia el señor “Pocholo”, tal vez el vendedor de pescado a domicilio más conocido en la ciudad durante aquellos años en que funcionó este mercado, hasta los años sesenta.