SE ME QUEDÓ EL CARTÓN
En Puerto La
Cruz el bingo tradicional se mantuvo
vigente por mucho tiempo hasta que surgen los modernos Casinos que los
desplazaron como atractivo de diversión. Sin embargo se suele encontrar en
nuestros barrios y pueblos a grupos de familias y amigos en las puertas de las
casas, porches, patios o plazas, agrupados alrededor del personaje que canta
las fichas de este juego tradicional.
Hasta un pasado reciente
existieron en nuestra ciudad dos clubes donde aún se hacían aquellos bingos,
que en ocasiones se acompañaban con bailes y bebidas; para ese entonces el
cartón donde se marcaban las fichas o números eran bien particulares y mucha
gente jugaba con cartones fijos que para ese propósito cancelaban una módica
suma y prácticamente eran suyos y se los llevaban a sus casas.
Muchísimas historias se
han contado alrededor de esta diversión, que por años amenizó la vida de muchos
puertocruzanos, como esta que les cuento.
La señora, de
aproximadamente 70 años está en la parada, extiende su mano, el bus se detiene,
entra y se encuentra en el primer asiento con otra asidua fanática del juego,
esta ceñía su cartón con su brazo izquierdo, debajo de la axila, en su
brazo derecho terciaba su cartera, de mediano tamaño. Mientras que
nuestro personaje inicial llevaba una cartera más grande que se colocó encima
de sus piernas después de sentarse. Las dos contemporáneas se saludan
efusivamente y comienzan su conversa:
–¡mijita tu si eres
puntual! Son casi las siete
–¡Aay yo si mijita! Allá
dejé suficiente comida hecha para que se jarten
–¡chacha! Esa polla de
hoy esta buenísima
–¡si chica! Fuera Dios
bueno conmigo y me ganara yo esa polla.
–Ay mi hermana,
acuérdate de librarme que yo también, si gano, haré lo mismo ¿oíste mi hermana?
Así transcurría este
encuentro mientras el autobús fluía suavemente, con calles y avenidas
despejadas de tráfico, aquel día viernes. Cruzó por la calle Sucre dejó varios
pasajeros en la parada del Terminal y siguió. Cuando se disponía a cruzar hacia
la avenida 5 de Julio se escucho un grito lleno de angustia y ensordecedor
–¡Aayyyyyyy!..¡Noooooooo!..¡Párese
señor!..¡Devuélvase señor!
Su compañera – que aún
sostenía con su brazo y su axila el cartón preguntó de inmediato –¿qué
pasó comay?
El chofer, al escuchar
tan doloroso grito pegó un violento frenazo, también angustiado, detiene el
vehículo, se levanta del asiento en carrera y le pregunta
–¡Dígame señora! ¿Qué le
pasa? ¿Tiene algún dolor? ¿Se siente mal?
–¡ayyyyyyy!..¡Nooooooojoda!- volvió a gritar la mujer
y todos los pasajeros se acercaban al asiento, aterrados, confundidos.
–¿pero?.. dígame
señora…- repite el chofer y la otra mujer, también angustiada, coloca sus
manos en la cara su compañera, ya con lagrimas en los ojos al ver el drama de
su comadre y compinche de juego que nuevamente buscaba algo dentro de la cartera
–¡Ayyyyyy! ¡Coño se me
quedó el cartón! ¡Coño se me quedo en la casa! ¡El cartón, coño, el cartón! ¡Se
me quedó!...¡Coño! Me regreso para mi casa, coño! ¡Adios! Perdonemme toditos
ustedes. ¡perdonenme! ¡Adios!
Todos se quedaron mudos
mirándose entre sí. La comadre no se movía del asiento y más parecía que había
reducido su tamaño. El chofer, cansado y con cara de dolor regreso a su puesto,
prendió el autobús y arrancó.
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